Enero de bizarrías, celeridades y emociones fuertes: hacer alineaciones en España está siempre de moda, y uno disfruta igual con la de 'Operación Triunfo' o la de 'Gran Hermano', que con la del fútbol o esta última del Ejecutivo, que se nos ha dado en ... fases. El cinco de enero Podemos comunicó sus ministros a la prensa –gran coordinación con el PSOE– y a lo largo de estos días hemos tenido una lluvia de carteras, como las hay de ranas en los Estados Unidos o de langosta en el Egipto bíblico. Cada uno padece la plaga que se merece.
Como en nuestro país vamos muy sueltos de dinero público, ahora pagaremos más de veinte ministros y vicepresidentas, que es una manera de invertir, los otros bonos –y bonus– del Estado y es lo que tienen las coaliciones, que hay que dar de comer a más gente. Algunos se desgajan, como Consumo, Sanidad, Seguridad Social, Ciencia y Universidades, otros se crean, como la de Derechos Sociales y Agenda 2030 –cómo estaremos para entonces– o la del Reto Demográfico –que lo es para los que buscan aparcamiento o viajan en transporte público, no para los que van a trabajar en coche oficial–, y otros cambian de nombre: la cartera de Fomento se llamará de Transporte, Movilidad y Agenda Urbana, que es la que regalan los periódicos los viernes para ir al teatro o al cine. Un suponer. Y Sánchez le ha dado una cartera de Exteriores a una economista ajena a los pasillos internacionales, Arancha González Laya, con el cabreo sordo del cuerpo diplomático, y ha hecho sanitario a quien nunca trató con los medicamentos ni los hospitales más que como enfermo: el filósofo Salvador Illa, entendemos que para cubrir la cuota catalana y porque anduvo negociando abstenciones de la Catalunya 'indepe' y rampante por las Ramblas este otoño-invierno de nuestra secesión, en compañía de Lastra y Ábalos. Todo muy coherente.
La derechona ha puesto el grito en el cielo y Álvarez de Toledo, con la boca cada día más prieta, ha denunciado colisión de egos en este Ejecutivo de dos cabezas, algo lógico pero no por ello inédito: en la II República ya ocurrió y salió mal: condujo a la primera crisis del gobierno de Azaña, con el radical Alejandro Lerroux atizando el fuego de la discordia. Luego se hizo devoto de Franco, al que mandaba vítores desde Portugal, por lo que el Generalísimo le dejó volver a España en 1947.
Nos gusta mucho la nueva ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, que promete acabar con todas las miserias laborales del país y derogar la reforma laboral de Mariano, y el sociólogo Manuel Castells, pensador e investigador de sobrada capacidad que tratará de paliar el carajal de la universidad española, con sus plagios, nepotismos y desigualdades. A nosotros nos alegra muchísimo que los validos –los nuevos y los viejos– arreglen este país haciendo carrera, porque desde el duque de Lerma y salvo excepcion, según llegaron, se fueron: sin dejar huella o, si acaso, dejando memoria amarga de sí.
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