Al paso que vamos, acudir al supermercado va a ser lo más parecido a entrar a Tiffany de la 5ª Avenida de Nueva York. 25 alimentos básicos han subido su precio en un 14%, lo que supone el doble que la inflación general. El azúcar ... ha duplicado su coste y no le van a la zaga la harina, la mantequilla, la leche, las legumbres, los vegetales y las frutas. Lo mismo ocurre con las pastas, los huevos, la carne, el arroz, el pescado o el aceite. Podíamos seguir, porque la lista da para mucho, pero esto es lo que hay en un contexto de inflación que dibuja un preocupante futuro sobre muchas economías domésticas. La subida exorbitada de precios se ha cebado especialmente en los alimentos y hoy comer determinados productos empieza a ser un lujo que muchos ciudadanos ya no se pueden permitir. De hecho, los hogares prescinden ya de los alimentos frescos cuyas ventas han caído un 3%.

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En pocos a meses, hemos visto cómo la cesta de la compra se ha encarecido de manera alarmante, y no por alimentos que siempre han estado muy altos de precio, sino debido a aquellos que constituyen el sustento básico de las familias. Las legumbres han subido un 20%, convirtiendo en una experiencia costosa el hecho de comer de cuchara. Suben los precios muchísimo más que los sueldos y la consecuencia es un empobrecimiento generalizado del que muchos aún no parecen haberse dado cuenta. Basta caminar por las calles de Madrid para comprobar como restaurantes con un ticket medio de entre 70 y 80 euros por persona, están abarrotados cualquier día de la semana. Se nota una alegría en el ambiente que no se compadece con la situación general de la economía, y no hablamos de ricos porque ya sabemos que el sector del alto lujo no se ve afectado por las crisis, sino de clases medias que no han reparado en que su nivel adquisitivo ha disminuido de manera notable.

Mientras los desavisados acodados en la barra piden más champán, Jeff Bezos anuncia un panorama desolador y los indicadores de todos los organismos internacionales advierten de la crisis galopante que nos acecha. No se trata de asustar ni de ser agoreros, sino de aplicar un realismo responsable y de recordar que todos los expertos nos dicen que hoy en día la liquidez es oro. Comer se ha puesto por las nubes y, al mismo tiempo, las economías particulares notan los efectos de la subida de las hipotecas y del precio desorbitado del gas y la electricidad. Poner la calefacción este invierno es otro lujo y llegar a fin de mes una batalla que muchos ven perdida. El hecho de tener un trabajo no conjura, lamentablemente, la pobreza porque los salarios más bajos impiden afrontar la nueva situación de inflación que vivimos.

Esta es la realidad del país mientras nuestros desahogados gobernantes andan enredados en el azul de la imposible renovación del Consejo General del Poder Judicial, la escandalosa eliminación del delito de sedición o la elaboración de leyes tan desastrosas en sus efectos como la chapuza jurídica del «solo sí es sí». Tal parece que la banda borracha se ha hecho cargo del timón de la nave a ninguna parte en la que todos estamos embarcados. O nos ponemos las pilas o el retroceso social del país va a ser demasiado grande. Tenemos un formidable reto por delante y para hacerle frente se necesita un liderazgo que, a todas luces, resulta incompatible con la insoportable insolvencia ambiental que hoy nos rodea.

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