La educación es un Guadiana social. Aparece y desaparece estacionalmente en junio con las pruebas de acceso a la universidad, periódicamente con la publicación de los resultados de PISA, y en septiembre con las noticias acerca de la vuelta al colegio y su coste para ... las familias. Lo que no suele ocurrir es que aprovechemos su presencia en medios para abordar el necesario debate sobre su verdadero estado y su finalidad, y es difícil no pensar en que en realidad la educación no importa demasiado a nadie en la esfera política. Me gustaría aprovechar la oportunidad que me brinda esta tribuna para compartir algunas reflexiones sobre su finalidad.
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Dejando de lado generalidades como la formación de la ciudadanía del futuro en una serie de valores y virtudes más o menos consensuados, o su empleabilidad, me gustaría señalar dos elementos claves en los que no se insiste lo suficiente.
El primero es el carácter de mecanismo de igualdad social que tiene el sistema educativo, algo que se ha venido deteriorando mucho en los últimos años. Cualquier medida eficaz que fomente de verdad la integración, la equidad del sistema y la atención a la diversidad es una inversión de futuro de valor incalculable para las futuras generaciones, pero la verdadera eficacia de estas medidas se mide en el largo plazo y en general no existe la paciencia necesaria para verlas fructificar.
En segundo lugar, y en esto me gustaría extenderme, la educación es el mecanismo más poderoso de transformación que un colectivo social tiene en sus manos, con el riesgo de su manipulación para fines particulares alejados del bien común, y la oportunidad de hacer posibles y reales las mejoras que llevan a un futuro mejor y más justo.
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Vivimos en una sociedad cada vez más polarizada, cada vez más incierta y disociada, en la que se diría que los valores de la defensa de los derechos humanos, el fortalecimiento de la democracia y la cooperación pierden terreno día tras día. Nuestro entorno próximo es un mundo asustado en el que los esfuerzos se ponen mucho más en levantar muros que en tender puentes, en el que la cultura del descarte y del reparto desigual de los bienes de todo tipo avanza y conquista nuevos territorios sociales. Vivimos en un momento de cambio profundo, pero ni los ciudadanos ni mucho menos la escuela estamos indefensos o impotentes ante ese cambio. Tenemos ante nosotros, precisamente en este momento, la posibilidad de transformar la realidad y es algo que no podemos dejar pasar. Es momento de abrir los ojos y de tomar conciencia de que nuestros actos en la esfera local tienen un impacto directo en la esfera global, de que no somos ciudadanos de un pequeño lugar, sino que somos ciudadanos globales, y de que nuestra capacidad de influir en la realidad es enorme. El sistema educativo puede formar a esa ciudadanía global del futuro, firmemente comprometida con su realidad local, para desde ella transformar el entorno global. No es en absoluto imposible. Al contrario, es posible, necesario y urgente, aunque será lento, como todo en educación. Aprender lo que no se sabe cambia nuestra vida, y por lo tanto cambia el mundo a nuestro alrededor. Por eso, en mi opinión, nos encontramos en la escuela con cinco ámbitos en los que trabajar de forma directa y efectiva contribuye y acelera la transformación social.
El primero es la justicia social. La escuela debe ser un lugar en el que se viva la justicia, un entorno en el que las relaciones personales estén basadas en la equidad, el reconocimiento y el respeto mutuos, en el que ideas como la justicia medioambiental o la justicia intergeneracional no sean extrañas, en el que se corrijan en la medida de lo posible las desigualdades de partida. Cuando se ha vivido en un entorno justo ya no se puede aceptar vivir en ningún otro. Cuando se ven las dificultades por las que atraviesan otros y las hacemos nuestras, la única respuesta posible es implicarse en la lucha cotidiana por la justicia.
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El segundo es la interculturalidad y la inclusión. Las migraciones humanas forzosas son el gran fenómeno socioeconómico global de este siglo, y la forma en la que una sociedad trata a las personas migrantes o a cualquier otra minoría social sea del signo que sea dice más de ella misma que ninguna otra cosa. Nadie debe sufrir simplemente por ser distinto, y la tolerancia es el primer paso de un camino que puede conducirnos, pasando por la integración y la aceptación mutua, a la construcción juntos de un futuro en el que quepamos todos.
El tercero es el de la equidad de género y la coeducación. Como muestran trágicamente, por ejemplo, los datos del mes de agosto negro que hemos vivido, todavía queda mucho camino por recorrer. La redefinición de las relaciones de género, el papel que juega la escuela en esa redefinición y sobre todo una profunda ética del respeto y el cuidado mutuo son elementos clave para nuestro futuro como sociedad.
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El cuarto es el desarrollo humano y sostenible. Parafraseando a Ignacio Ellacuría, nadie tiene derecho a lo superfluo hasta que todos tengan acceso a lo fundamental. Frente a una sociedad cegada por una idea de crecimiento ilimitado y por la obtención del máximo beneficio a cualquier precio, ha llegado la hora de avanzar hacia un mundo de austeridad compartida.
El quinto es la participación democrática. La ciudadanía futura debe ser activa y crítica, plenamente consciente de sus derechos, pero también de sus responsabilidades. Una democracia de calidad necesita una ciudadanía libre, y solo el pensar nos hace verdaderamente libres.
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Como en cada inicio de curso, volvimos a la escuela para construir una ciudadanía global que trascienda los pequeños límites locales, para educar en la justicia, para generar las condiciones que nos permitan construir todos juntos un futuro mejor, para encontrarnos, cuidarnos y respetarnos de verdad, para ser más austeros y solidarios, para aprender a ser críticos y libres. Hará falta que toda la comunidad educativa sea valiente y generosa, es verdad, y los cínicos y pesimistas harían bien en dar un paso a un lado para no molestar. Nos jugamos mucho y educar no es para cínicos ni pesimistas. Las escuelas siguen llenas de vida, son pura posibilidad, y lo seguirán siendo en el futuro si las cuidamos bien.
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