España es un país de mitos y leyendas, pero no creo que todo lo relacionado con la Memoria Histórica o la Memoria Democrática ya se haya convertido en una leyenda. Aún nos faltan unos años para que se traduzca en algo parecido a un mito. ¿ ... Cuándo los hechos dejan de ser historia para convertirse en leyenda? ¿Cuándo unas situaciones concretas se convierten en historia y dejan de ser realidad cruda y cercana?
En España hubo una guerra. Bueno, en realidad en España ha habido muchas guerras, o al menos España ha estado involucrada en muchas guerras, pero en España hubo UNA guerra y esa guerra es importante porque ha sido cercana, porque aún existen personas que la vivieron, porque aún duelen algunas heridas que se produjeron.
Hay gente que dice «hay que olvidar», «ya pasó», «¿Por qué remover lo que ocurrió», «¿por qué no dejamos a los muertos tranquilos?... En esos casos, cuando oigo decir eso yo suelo preguntar: «entonces, ¿debemos olvidar lo que ocurrió en la II guerra mundial? ¿Debemos olvidar lo que ocurrió en los gulags? ¿Debemos decir a las Madres de la Plaza de Mayo que olviden?
¿Por qué no olvidamos los asesinados por ETA?... Ah, no, eso no. Eso no se debe olvidar… ¿Y cuál es la diferencia?, ¿la cercanía en el tiempo? Es probable que sea así, que no podemos convertir en historia un hecho que para nosotros es parte de nuestra propia existencia hasta que hayan transcurrido, al menos, ¿un par de generaciones? Hasta que los descendientes de las víctimas ya no vivan con sufrimiento los hechos acaecidos, hasta que ya nadie gotee lágrimas de dolor por los muertos, los desaparecidos, las violadas. Por los padres, las madres, los hijos, las hermanas, perdidos.
Cuando los hechos dejan de ser hechos y se convierten en historia es cierto que es mejor dejarlos. No podemos criticar lo sucedido hace doscientos años con criterios del siglo XXI. No podemos valorar la reacción de las personas o de las sociedades de un momento histórico según los parámetros actuales porque hacerlo conllevaría incongruencias y anacronismos absurdos.
No debemos criticar según nuestro punto de vista los sistemas de colonización que se produjeron hace quinientos años. No podemos hablar del machismo de la edad media bajo la perspectiva actual. No podemos criticar la esclavitud del periodo de la Roma clásica o de la África del siglo XVII con parámetros de la España o de la Inglaterra de 2023, porque eso nos llevaría al absurdo de tener que «censurar» seguramente grandes obras de la literatura mundial, o pequeñas obras de la literatura, como, por poner un ejemplo, 'Tintín en el Congo', de Hergé.
Pero ¿qué pasa cuando los hechos son aún demasiado cercanos? ¿Debemos olvidar a nuestros familiares más próximos?
Mi abuelo, el padre de mi madre, fue asesinado justo antes de empezar la Guerra Civil española. Fue asesinado en el pueblo de la provincia de Valladolid en el que vivía. Y fue un asesinato porque los hechos ocurrieron en abril de 1936 y, por lo tanto, no se les puede achacar a «un acto de guerra». Ocurrió, según tengo entendido, una madrugada. Un grupo de hombres armados pasaron por la casa de mis abuelos, sacaron a mi abuelo, se lo llevaron y por la tarde se encontró su cadáver en una cuneta. Mi madre tenía 10 años.
Según siempre he oído (no sé si de forma partidista, ya que se lo he oído a mi familia) mi abuelo no se metía en política, pero fue asesinado en ese periodo tan convulso.
Fue un asesinato. Nunca se demostró quién lo había asesinado. Pero aún recuerdo ver llegar a mi madre a casa con un auténtico ataque de nervios, con la cara envuelta en llanto «porque se había encontrado por la calle con alguno de los asesinos de su padre». Y eso ocurrió cincuenta años más tarde.
Pero ¿sabéis cuál es la diferencia entre lo que le sucedió a mi familia con lo que le sucedió a otras muchas miles de familias en España? Pues que la familia de mi madre, mi familia, siempre hemos sabido dónde estaba enterrado mi abuelo, siempre hemos sabido dónde ir a visitarle, dónde poner unas flores. Porque en una de las iglesias del pueblo, bajo un yugo y unas flechas y bajo el lema que decía «muertos por dios y por la patria» el primero de los nombres que aparecía era el de mi abuelo.
Esa es la gran diferencia. A mi abuelo, según se dijo, lo mataron «los rojos», «los de la casa del pueblo» y se le enterró con honores. Hay otros miles, otros cientos de miles, a los que no se les enterró, ni con honores ni sin ellos. Se les dejó en la cuneta o junto a una tapia, tapados con un puñado de tierra y a su familia no solo no les dijeron dónde estaban, sino que ni siquiera les dijeron si estaban vivos o muertos. Y muchos de esos asesinatos no ocurrieron tampoco en la guerra, sino cuando ya no había contienda, cuando solo se producía venganza y revanchismo.
A ellos, a sus familias, no les dejaron –en una España católica, apostólica y romana– ni poder llorar a sus muertos y, por eso, es necesario que sus familiares pasen ese duelo, puedan enterrar a sus seres queridos, puedan despedirse de ellos, puedan, en definitiva, recuperarlos y que sepan qué ocurrió. Porque son sus familiares, sus allegados y tienen derecho a ello.
¿Debemos, nuevamente, echar tierra sobre el asunto? Entiendo que no.
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