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Soldados israelíes, en la Franja de Gaza. Reuters
El avisador

Violencias y violencias

«Por si todo nos parecía poco, la vieja pugna entre los buenos y los malos musulmanes, según el Estado Islámico, ha incendiado aún más el escenario de Oriente Medio»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 6 de enero 2024, 00:04

Será, quizás, por esas décimas de fiebre con las que decenas de miles de españoles se acuestan o se levantan, estos días de imágenes de hospitales saturados. O quizás por esas otras fiebres –de consumo, de juerga, de excesos– que se empeñan en deformar el ... espíritu de este período de tránsito entre un año y otro que vamos concluyendo. O acaso por esa resaca empática con los nuevos hippies de los seis días de fiesta consecutiva en la 'rave' de La Peza. Pero lo cierto es que el primer pie que ponemos en 2023 se tambalea.

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Primero, las imágenes tristes del apaleamiento simbólico de la figura de Pedro Sánchez, en un país donde se puede quemar la imagen del jefe de Gobierno, la del jefe de Estado o la propia bandera nacional sin consecuencias. Enseguida, la recusación de Ortega Smith por su 'agresión' a un concejal de Mas Madrid en pleno Pleno del Ayuntamiento madrileño. Finalmente, la noticia celebrada por todos de que al cierre de 2023, el número de homenajes a etarras en el País Vasco 'sólo' ha sido de 466, frente a los quinientos y pico del año anterior, según las cifras del colectivo de Víctimas del Terrorismo. El broche de oro a un año en el que el acuerdo de Gobierno se ha materializado concediéndole a Bildu la Alcaldía de Pamplona. Felicitémonos todos.

Habrá quien diga, empero, que nuestras pequeñas violencias son apenas esbozos, caricaturas, si los comparamos con la violencia desatada con la que ha abierto sus puertas este 2024, en el que todos los asuntos dramáticos del mundo están un punto peor de cómo se dejaron en 2023. Por si todo nos parecía poco, la vieja pugna entre los buenos y los malos musulmanes, según el Estado Islámico, ha incendiado aún más el escenario de Oriente Medio. Que el ISIS reconozca el atentado de Irán, precisamente el día en que se rendía homenaje allí al general Soleimani, asesinado en su día por drones de los Estados Unidos, rompe definitivamente cualquier posibilidad de trazar un esquema coherente del mapa del odio que sacude, de manera eterna, esta región del planeta. Cinturones explosivos, al viejo estilo, en concomitancia con el asesinato preciso y silencioso de los drones, quienes un día antes había arrebatado la vida en Beirut, en perfecta selección de sus objetivos militares, de Saleh al Aruri, enlace entre Irán y Hezbolá. O el mismo jueves, programados desde los Estados Unidos, la vida del alto mando de una milicia islamista respaldada por Irán en Bagdad.

Todos contra todos en un conflicto que crece, y frente al que los europeos, quizás más preocupados por la sangría de Ucrania, que tampoco abre el año con perspectiva alguna de mejora, seguimos sin saber qué hacer. Cierto es que después de que España abandonara la presidencia de turno de la UE, Israel se ha decidido a volver a enviarnos a su embajadora, al observar el nuevo primer ministro de Exteriores de Netanyahu, nombrado el 1 de enero, un cierto «cambio a mejor» en la posición del Gobierno español. Pero también es verdad que España, como el resto de sus socios europeos, sigue todavía sin saber cuál ha de ser su papel en la crisis de Oriente Medio. Un papel, en cualquier caso, que no debería ser otro que el de mediar por la paz. Por la paz y por la convivencia, como un estilo de vida que, incluso entre quienes más nos odian, sigue siendo el modelo que suspiran alcanzar en sus propios países. Nosotros, sin embargo, en lugar de predicar con el ejemplo, lo que hacemos es cada día tratar de parecernos más al mundo, en lugar de apostar por que el mundo se parezca más a nosotros. En esas pequeñas violencias domésticas y cotidianas, que son todo un síntoma de la tendencia.

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