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Henry Kissinger, dibujado por George Bush.
El avisador

Víctimas y victimarios

«En España, según parece, el negocio del terrorismo tiene las puertas más anchas que en el resto de los países europeos»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 2 de diciembre 2023, 00:23

No hay mal que cien años dure. O sí. Porque los cien años que ha vivido un personaje como Henry Kissinger sobre la Tierra dan para mucho. Entre otras cosas, para escribir una crónica del mal, o de los males de una humanidad que ... no ha dejado un solo día de ser conflictiva desde el shock de las dos guerras mundiales del siglo XX. Desde la persecución de los nazis, de la que él fue víctima en primera persona, hasta el regreso de los viejos fantasmas del nazismo y el antisemitismo, resucitados en Europa a raíz de la actual guerra de Israel, sobre los que todavía seguía hablando el viejo diplomático en la promoción de su último libro sobre liderazgo. Sobre su controvertido Premio Nobel de la Paz queda su paso por el Watergate, así como el peso de los errores en las guerras de Vietnam o de Camboya. O, sin salir del terreno patrio, aquellas garantías que le pidió a Franco de dejar consolidada la posición de España como vigía de Occidente en la persecución del comunismo internacional. Algo que, siendo el general como era, nunca sabremos a qué se refirió cuando le respondió que, tras su muerte, todo iba a quedar «atado y bien atado».

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No sabemos qué habría podido hacer Kissinger en días como estos ante conflictos como los de Ucrania e Israel. Tampoco cómo habría podido influir, como lo hizo en su día, en el acercamiento entre China y los Estados Unidos más allá de la guerra fría con la Unión Soviética. Lo que sí sabemos es que, tal como dijo en su última entrevista, concedida en mayo de este mismo año a 'The Economist', los dos mayores peligros para la paz mundial no son hoy necesariamente Putin o Netanyahu, sino más bien «nosotros dos», es decir, los Estados Unidos y China. En el sentido de la capacidad que tienen las dos potencias, por acción u omisión, de «destruir la humanidad». A eso habría que añadirle la propia y dubitativa posición de Europa, cuyo peso en la política internacional no ha hecho otra cosa que menguar a lo largo de los cien años de vida del desaparecido Kissinger.

Si entonces lo hizo con Franco, estoy seguro de que hoy Kissinger llamaría a capítulo al nuevo caudillo de los españoles, el general Sánchez, no sólo por el cese de España en su responsabilidad como árbitro neutral en conflictos como el de Israel y Palestina, sino también, y de modo muy concreto, por su capacidad, como representante de turno de la Unión Europea, para avivar el fuego en lugar de contribuir a apagarlo. La última derivada de su lastimosa visita a Israel, esta misma semana, ha sido la llamada a consultas de la embajadora en Madrid. Y el desmarque de unos cuantos socios de la UE, entre ellos Francia, Italia y Alemania, para volver a decir que la toma de partido del presidente de turno no coincide precisamente con la posición de sus respectivos países.

En España, según parece, el negocio del terrorismo tiene las puertas más anchas que en el resto de los países europeos. Llámense las dificultades del juez García-Castellón para incluir a Tsunami Democratic (y a su instigador Puigdemont) en el capítulo de terrorismo callejero o llámese la redacción de la propia ley nacional, que permite que sujetos que participaron como cómplices o cooperadores necesarios de acciones terroristas y delitos de sangre formen parte de la Administración. Es tremendo comprobar cómo aquí, de manera aún más aguda de lo que sucede en el resto del mundo, pasamos sin solución de continuidad de la memoria y el recordatorio de las víctimas al olvido y la amnistía hacia los victimarios. Según convenga al patio de butacas. ¿Hay males que pueden durar cien años? Sí. Y alguno más.

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