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En verdad, en verdad os digo que uno agradece haber podido cumplir años para llegar a asistir a un espectáculo como éste. Una puesta en ... escena para la historia, que un día quizás recordaremos de un modo semejante a la del armisticio que firmaron en 1940 Adolfo Hitler y el general francés Charles Huntzinger, para simbolizar la victoria de los nazis sobre los franceses. En vivo y en directo desde el despacho oval de la Casa Blanca, en lugar de en el 'vagón del armisticio' de Compiègne. Y en modo bufo, con Donald Trump y Volodímir Zelenski como protagonistas. Una entrevista con el vampiro que los profesores de Relaciones Internacionales deberían visionar en el inicio de curso en las universidades del mundo. Y que todo cristiano debería ver tratar de ver por completo al menos una vez, para ser consciente del esperpento que puede alcanzar eso que llamamos diplomacia.
Confieso que Zelenski, a pesar de la valentía con la que ha defendido a su país en desigual batalla con los hijos de Putin, no es precisamente un personaje con el que ilustraría un manual de pulcritud política. Pero digo también que, frente al monstruo peligualdo, su figura me pareció subir muchos enteros en el paripé, por la firmeza con la que habló de la necesidad de paz sin dejar un solo momento de denunciar las atrocidades de los rusos; pero también por la gallardía a la hora de responder a los secuaces periodísticos de Trump cuando se atrevieron a cuestionar la adecuación de su indumentaria a un lugar tan emblemático como el famoso despacho. Ése mismo espacio escénico que el presidente de los Estados Unidos se ha afanado por convertir en circo de tres pistas.
Una encerrona vergonzante de la que Zelenski salió con una dignidad pasmosa. Por más que en el segundo acto de la opereta se apresurara a hacer lo contrario, pidiendo perdón desde casa ante la retirada «eventual», como represalia, del apoyo americano a Ucrania. La guinda que faltaba para que Europa diera el paso que tanto tiempo se llevaba resistiendo a dar: desplegar nuestro propio paraguas de seguridad frente a Putin y, en prevención, frente a su 'amigo' Trump. Una decisión que, por otra parte, ya ha empezado a tener sus daños colaterales, al menos en la lucha contra el cambio climático: el aplazamiento del plan de apoyo de la UE al automóvil eléctrico. No habrá dinero para todo, ni en la recién inaugurada guerra comercial ni en esa otra guerra fría a la que el payaso empoderado de la Casa Blanca nos quiere abocar a todos.
Queda por saber hasta dónde nos llevará el tercer acto de esta farsa diabólica, tras el cierre de filas, el viernes, de Europa con Ucrania. Tras repartirse sobre el tablero el viejo continente entre rusos y americanos, como hace cien años lo hicieron soviéticos y nazis, ¿quién de los dos invadirá primero Polonia? Hasta la fecha, y a pesar de la afición desmedida a las baladronadas del nuevo amo del mundo, los analistas pensaban que el teatro era solo teatro. Pero ahora algunos empiezan a dudar. Sobre el mismo tablero de las hipótesis, parece que ya no le cabe duda a nadie de que el gran damnificado en esta guerra diplomática va a ser los propios Estados Unidos, como ya está manifestando allí mismo la otra mitad de la población americana, que recuerda hoy con sarcasmo que también Hitler ganó en las urnas en 1933. Mientras el nuevo gran dictador sigue con su política espectáculo, los europeos, lo mismo que los canadienses o los hispanoamericanos nos preguntamos hasta qué punto esta quiebra de Occidente nos va a dejar lo suficientemente solos como para no dar un paso definitivo a favor de los chinos. De locos, sobre la locura de los más locos líderes de este tiempo de locos.
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