![Teatro epistolar](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/04/26/1480393672-kEYC-U2102216343855ud-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Me esperaba otra cosa. Y me la esperaba, además, después de conocer los resultados de las elecciones catalanas. Pero ya se sabe: los maestros de la estrategia nunca dejan de innovar. Ni de adelantarse a los acontecimientos. Así que la carta de Pedro Sánchez en ... eso que antes se llamaba Twitter, ha sido para mí, como para el resto de los españoles (menos dos), una sorpresa. Aunque relativa. Y digo la carta, pero quizás debería decir el poema. Un poema romántico, tal vez algo rancio y sin lugar a dudas poco edificante desde el punto de vista de la igualdad. Al menos desde el momento en el que el marido toma la palabra para hablar en nombre de su mujer. Para garantizar su honorabilidad o su disposición a colaborar con la justicia. No avanzamos.
Carta de amor, teatro epistolar o autorretrato caricaturesco de Han Solo, en desigual combate contra eso que él llama «la galaxia digital ultraderechista». Rayo láser contras las fuerzas del mal, simbolizadas en el águila bicéfala con las cabezas de Feijoo y de Abascal: los «colaboradores necesarios» de una estrategia de «acoso y derribo» contra él y su señora. Porque ése es el quid de la cuestión: él y su señora. De repente, para el campeón mundial de saltarse todas las líneas rojas imaginables (políticas, éticas, democráticas), el único límite que debería respetarse como tal se detiene justamente ahí: en el «respeto a la vida familiar de un presidente del Gobierno». No de un político o de un artista plástico o de un repartidor de cervezas o de un juez, no: de un presidente de Gobierno. Hace falta valor.
Llegados a este punto, tengo que decir, con respecto a la carta, que estoy de acuerdo con la mayor: que la vida familiar (como la personal) es un límite cuya profanación nos avergüenza a todos. Y que ya no es posible por más tiempo seguir haciendo política desde el «fango» sin consecuencias. Sin embargo, también tengo que confesar que, leyendo la letra pequeña, me cuesta mucho encontrar el espacio que marca la diferencia entre el fango presidencial y el fango habitual en el que se mueven él, los suyos, los de al lado y los de enfrente en nuestra vida parlamentaria.
A mí me parece que las reglas del juego no se rompen solo cuando el lodo alcanza a la honra de la mujer del presidente. Me parece que las reglas del juego de nuestra convivencia se rompieron hace ya tiempo. Desde el poder, cuando lo ejercía Aznar. Y desde el ansia de poder, cuando el famoso 'comando Rubalcaba' instó, hace ahora veinte años, a que se asaltaran las sedes del Partido Popular tras los atentados del 11-M. A partir de ahí nada ha sido igual: fango, lodo, mierda in crescendo. Y francamente, lo que se ha dicho o se ha dejado de decir en estas semanas sobre Begoña Gómez me parece poco o nada comparado con lo que han dicho o han dejado de decir en estos años personajes como Pablo Iglesias o Gabriel Rufián, por poner solo dos ejemplos (hay cientos) de traspaso sistemático y sideral de todas las líneas rojas imaginables. Una deshumanización progresiva de la vida política de la que el propio Sánchez ha sido y es algo más, mucho más que «colaborador necesario».
Una nueva y mayestática puesta en escena, dirigida con toda intención a un público cuya credulidad, indefensión e infantilismo no han hecho otra cosa que crecer en todo este tiempo. Y una función con final de opereta: «Gracias por su tiempo. Atentamente»… y el lunes ya tendrán noticias mías. ¿Que qué se le ocurrirá el lunes para decir lo contrario de lo que dijo el miércoles? Quién puede decirlo… Desde Lope, el teatro español no había alcanzado cotas tan altas de ingenio. ¡Monstruos de la naturaleza!
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