Sabemos que cuando Góngora llegó a Madrid siguiendo a la Corte, que se acababa de trasladar desde Valladolid, se instaló en la calle del Niño. En una casa, dejó escrito, «que en el tamaño es dedal y, en el precio, plata». Sabemos también que, pasado ... un tiempo, el mentado Quevedo, sabedor de que don Luis había dilapidado la mayor parte de su fortuna entre los juegos de azar y la plata de las sucesivas semanas de alquiler, aprovechó los primeros impagos de su rival para pedirle al casero que le pusiera los muebles en la calle, ofreciéndose él a pagar una renta algo superior. Y así ocurrió. Las crónicas no son precisas sobre cuánto tiempo ocupó Quevedo la casa de Góngora (hay quien dice que no lo hizo nunca), pero queda el poema en el que éste habla del «tufo tan vil de Soledades» que quedó en la vivienda «que para perfumarla / y desengongorarla / de vapores tan crasos, / quemó como pastillas Garcilasos». Después del trance, Góngora se volvió a su Córdoba natal, donde los precios de la vivienda eran más llevaderos. Y con el paso del tiempo la del Niño se ha acabado llamando calle de Quevedo.
Publicidad
Parece que lo del precio de los alquileres no es cosa solo de nuestros días. Ni tampoco el duelo entre satíricos, como el jueves dejaron de manifiesto la ministra de Vivienda y rentista de baja intensidad Isabel Rodríguez, con sus tres pisos, y la diputada de Podemos Ione Belarra, con el chalet de sus correligionarios Irene Montero y Pablo Iglesias en Galapagar. Tres casas de una al precio de la mitad de la de los otros, en palabras de la ministra del ramo. Ejemplos aleccionadores para los que miran cómo pagarse una habitación, o media, con ese salario mínimo interprofesional que a veces uno tiene la sensación de que da para menos que la poesía.
Estancias como un dedal y con tabiques de papel, pero a precio de plata, donde si uno pone el oído en la pared derecha oye que sus vecinos no dejan de hablar de la corrupción de los que gobiernan el Estado, sea el caso Begoña o el caso Ábalos (antes Koldo), que podría coronarse como «el corrupto más cutre de la historia» si se llegara a probar que se vendió por una miseria de apenas 77.000 euros. Pero si lo pone en la pared izquierda, escucha la indignación por la corrupción de los que gobiernan en la comunidad de Madrid, en este caso por el caso González Amador, que anuncia nuevas sorpresas. Una polémica que solo Errejón, con su sumar restando créditos al Gobierno, ha conseguido silenciar por unas horas: antes de saber si es culpable o inocente de la agresión sexual de la que se le acusa, en su partido ya le han acosado todo lo que han podido para que se marche… y deje hueco.
«Cosas de poca importancia», como en ese poema maravilloso de León Felipe en el que el de Tábara dice también: «¡Qué lástima / que yo no tenga una casa!». De poca importancia, quizá, porque frente a estas menudencias, lo que ahora parece que de verdad nos atañe a todos no es otra cosa que el resultado de las elecciones en los Estados Unidos, que están en su recta final. Y ahí cabe poca poesía. Si gana Harris ganará también, como dicen los estudiantes, el apoyo cerrado a Netanyahu y sus crímenes de guerra. Y si gana Trump, ganará Putin, quien a cambio de su campaña de desinformación obtendrá ese ajuste de cuentas de Estados Unidos con la OTAN que anuncia en su programa el gallo republicano, cada día más amanerado y despeinado. Truco o trato, en lenguaje de Halloween, esa fiesta gallega con la que los estadounidenses siguen dando calabazas a todo el mundo. Susto o muerte, diría yo, por ser algo más precisos.
0,99€ primer mes
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.