En las horas previas a su renuncia como vicepresidente, el fotógrafo Juan Lázaro captó a Juan García-Gallardo entrando a la reunión del Comité Ejecutivo Nacional de Vox con un libro en las manos: 'Sumisión', de Michel Houellebecq. No sabemos si en verdad se estaba ... leyendo el libro del apóstol de la conspiración de las élites para acabar con la raza blanca o si se trataba de una manifestación de lenguaje no verbal con vistas a lo que iba a ocurrir a continuación. Un libro de política ficción, por cierto, con un argumento singular: en las presidenciales de Francia un islamista moderado, de nombre Ben Abbes, logra imponerse en la segunda vuelta al Frente Nacional (hoy Agrupación Nacional) de Le Pen… y las cosas empiezan a cambiar notablemente en el país vecino.
La sumisión (con excepciones) de los líderes regionales a la decisión de Madrid ha marcado esta nueva vuelta de tuerca de la inestabilidad política española. Seis situaciones distintas con seis vías distintas de solución, todas ellas marcadas por un mismo patrón: la fragilidad del PP para mantener intacto ese contrapoder que, hasta la fecha, ejercían la mayor parte de las regiones frente al Gobierno central. Algo, por otra parte, completamente coherente para un partido que nunca creyó en la España de las autonomías, es decir, en la España constitucional, y que utilizó precisamente a Castilla y León como conejillo de indias para ver hasta dónde se podía extender el experimento de cogobernar.
Ya hemos visto hasta dónde, aunque no terminemos de ver por qué. Porque sin duda el asunto de la inmigración y de los menores no acompañados, en el conjunto real de una España insolidaria en la frontera sur de una Europa más insolidaria todavía, es un pretexto. Quizás el pretexto que necesitaban después del subidón del último congreso de mayo, que desembocó en unos resultados en las elecciones europeas que cumplieron sus expectativas. Y que han servido para resituar al partido de Abascal, Buxadé y Garriga en su contexto español y europeo. Un contexto en el que la extrema derecha ha conseguido reunir en su contra al resto del arco parlamentario, incluidas las fiestas sin fiesta de elementos como Alvise, con sus tres eurodiputados. El ejemplo más claro: el resultado de las elecciones en Francia, donde todavía está por ver cómo se resuelve la gobernabilidad tras el esfuerzo.
Se mire como se mire, y pese a la subida espectacular del voto de la ultraderecha en Europa, en España a Vox le va a empezar a pasar lo mismo que a Podemos, su homólogo en el otro extremo. Que se va a empezar a derrumbar desde el punto más alto de su autocomplacencia. La consecuencia del ascenso y caída de Podemos ha sido, durante seis años, la acción desastrada del gobierno nacional más desaseado de la democracia. La de Vox, como ya se empieza a ver, la de la inestabilidad mayor de la democracia en el seno de las comunidades autónomas: esa otra verdad de nuestro modelo de gobierno desde 1978. Caín frente a Caín: no se tocan, casi se diría que se aman, los extremos, en su capacidad de hacer de España un país ingobernable.
Los que se esperaran (de haberlos) que sus gobiernos, nacional o regionales, se pusieran de una vez a trabajar sin pensar en aritméticas políticas o en campañas electorales, antes que en administrar a sus administrados, no están de enhorabuena. Ahora en Castilla y León, Aragón, Valencia, Extremadura, Murcia y Baleares. Al lado siempre de la ingobernable Cataluña, que estos días ha recibido, con extraordinaria cautela (incluidos los suyos), a la prófuga Marta Rovira, acompañada de sus cómplices definitivamente no terroristas tras el fiasco del juez García Castellón. Yo era tonto y lo que veo me hace dos tontos, que diría Rafael Alberti.
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