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Le subestimamos. Cuando pone esa carita de gato con botas de Shrek, por ejemplo, para explicarle a Míriam Nogueras que en realidad su pacto con Esquerra sobre la singularidad no es una befa, ni una mofa, ni mucho menos una traición a Junts, uno ... tiene ganas de achucharle. Incluso de creerle cuando dice que, al hablar de singularidad, no habla de otra cosa que de justicia, como si la justicia fuera inversamente proporcional a la igualdad de todos (personas y territorios) ante la ley. Pero está por ver hasta qué punto el presidente del Gobierno puede seguir siendo capaz de engañar a todos durante todo el tiempo ofreciendo pedacitos de soberanía, como espejos colombinos, en aras de sostener la propia singularidad de su reinado.
Singularidad, rareza, distinción. Excepcionalidad en todo caso, a veces da la sensación de que estado de excepción. Es más listo aún de lo que parece, el presidente, cuando trata de refundar las palabras otorgándolas un significado completamente distinto del que tienen. En un momento en el que cabría, quizá, preguntarse por qué mantiene España la excepcionalidad fiscal de Navarra y el País Vasco, Pedro Sánchez, a instancias de sus socios catalanes, lo que intenta es extender la excepcionalidad a Cataluña, hablando de su «singularidad». Y, por supuesto, volviendo a apostar por la asimetría frente a la igualdad de todos los españoles. ¿En qué habría de ser más singular, si hablamos de hacienda y fiscalidad, la situación de Cataluña que la de Andalucía, Murcia o Castilla-La Mancha? La sola formulación ofende, por mucho que provenga de una criatura tan adorable como el gato con botas de Shrek, el caudillito de los mohínes.
Ciertamente no sé si la singularidad de Sánchez consiste en su capacidad de resistir, como ciertas manchas frente al salfumán, en su habilidad para mentir y para adjudicarle al contrario el vicio propio, o en su talento como socialista a la hora de hacer pasar la desigualdad por igualdad. Bajo su hégira, los ricos cada día más ricos y los pobres cada día más pobres. Y las regiones cada vez menos cohesionadas, en una búsqueda de la tensión territorial sin precedentes. Alentado desde el Gobierno, el caso del chantaje de Cataluña, dirá alguno, lejos de ser nuevo ha supuesto una constante en la historia reciente de nuestra democracia. Una herencia del franquismo y una renuncia, en busca del mayor consenso, de los padres de la Constitución del 78. Excepciones fiscales para vascos y navarros, y ventajismo sin límites para los catalanes desde la misma base del sistema electoral.
Una desigualdad, una asimetría y un despropósito que, por desgracia, cunden con el ejemplo. Y se reflejan, como en un espejo grotesco, en la actitud de su verdadera oposición: la que ejerce desde Madrid, también en la permanente reivindicación de su singularidad frente al resto de las comunidades, la presidenta Ayuso. Madrid frente a todos y, sobre todo, Madrid somo ariete para derribar las puertas de la Moncloa. Con la última exhibición de mal gusto: la entronización del payasismo absoluto de Milei, sin el más mínimo rubor. La injuria directa frente a la felonía velada del rival. Lo peor frente a lo peor en una semana, por cierto, en la que la degradación política no ha tenido lugar solo en las burdas mascaradas o en las grandes declaraciones de cinismo, sino también en la letra pequeña del tejido democrático, con la supresión, a la chita callando, nada menos que del veto del Senado en la Ley de Paridad, lo que deja a la cámara alta sin poder para rechazar el techo de gasto, la estabilidad presupuestaria y la deuda pública, nada menos, en la base de la elaboración de los Presupuestos. El inventor de la máquina del fango ahora no sabe cómo pararla. Y su suciedad impregna hasta el último rincón de la sociedad.
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