Septiembre

Con todo y con eso, el consuelo es difícil cada vez que abrimos las páginas del periódico o nos enfrentamos a la purga del telediario. Por no decir cada vez que nos sobresalta una alerta informativa en el magma incandescente de nuestro teléfono móvil. Cada día que, con excepción del inmisericorde tiempo dedicado a hablar del tiempo atmosférico, la única realidad posible se debate entre las pugnas de los presidentes. El presidente suspendido y el que está en suspenso. Es decir, el de la Real Federación Española de Fútbol y el del futuro Gobierno de la federación confederada de los pueblos de España. Apenas hay sitio para más. Apretones de manos, abrazos y hasta besos para escenificar el sainete de un país siempre en fiesta, que no deja de ofrecer titulares para el mundo entero. La ley de Murphy imponiendo su criterio a la ley del deseo (de dinero, de poder, de sexo), acaso con la guinda política plurinacional que ofrece el proyecto Urkullu, cansado quizás de su papel de eterno segundón frente a la estrella estelada de Puigdemont.

Aunque le entienda, me es difícil comprender a Feijóo, que no saldrá adelante en su investidura ni aunque todos sus familiares se pusieran de huelga de hambre a la vez en las iglesias. Pero a Rubiales la verdad es que ni le entiendo ni le comprendo. Le quise entender cuando él y Geri Piqué se lo llevaron crudo millón a millón (palo a palo, en su jerga) vendiendo la Supercopa a Arabia Saudita. Pero no fui capaz. Y ahora sigo sin comprender el uso, el mal uso y el abuso de su «euforia». Entre otras cosas porque a mí un gol de Jennifer Hermoso, aunque me dé menos grima que uno de Ronaldo, me emociona tanto como el visionado de un documental sobre el liderazgo chino en la producción de boniato (53 millones de toneladas al año). Hay qué ver de qué manera algunos hombres y mujeres siguen pensando que la igualdad se gana antes dándole patadas a un balón que consiguiendo que las mujeres ocupen puestos de verdadera responsabilidad en la sociedad. Personalmente, me emocionaría más si Christine Lagarde bajara los tipos de interés, pero no por eso le impondría un 'pico' si me la encontrara en los pasillos del Banco Central Europeo. Ni mucho menos le permitiría que me alzara por los aires, apretado contra su cuerpo financiero, lo mismo que a un pelele.

Así que llega septiembre y, entre las gallinas que salen del fútbol y las gallinas que se pelean por entrar en la Presidencia del Gobierno, lo único positivo es que la marca España sigue ganando puntos en el marchamo internacional. Llega septiembre y los libros de texto, debidamente retocados para ser cada día un poco más confusos y así volverlos a pagar año tras año, devienen en material de lujo para las nuevas generaciones, que un día habrán de sustituir a esta suerte de tarados que redactan o inspiran, o cantan desde el coro de los grillos, las normas de nuestra convivencia. Cada día un punto más cerca del surrealismo. A veces no es el calor del estío, sino la frescura con la que vivimos la rentrée, la que produce monstruos en el sueño de la razón.