![Los que pervierten la Constitución](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2024/12/06/1489621022-kvb-U2302249801545JI-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Triste, la celebración del cuadragésimo sexto aniversario de la Constitución española de 1978. El instrumento de convivencia y de mayores cotas de progreso y bienestar con el que hemos podido contar los españoles posiblemente a lo largo de toda nuestra historia. Triste, como reflejo ... del estado vivo de descomposición que muestra nuestra política, incapaz de avanzar por ningún lado y hacia ningún lado. La tensión insoportable entre el Gobierno, que dice querer reformarla frente al «acoso» de la ultraderecha, para preservar algunos bienes ganados al progreso, como puedan ser el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo; y entre la oposición, que asegura querer blindarla precisamente para evitar la deriva autoritaria del Gobierno. Y que empieza por permitir que algunos de sus barones autonómicos no acudan a la celebración del acto. Más allá de ellos, la propuesta de Podemos de superar definitivamente nuestra Carta Magna para cambiar de régimen político: cargarse la monarquía constitucional y abogar por el advenimiento de la tercera república. Y ennegreciendo el cuadro, la sombra oscura de la corrupción, que estrecha el círculo alrededor del Presidente del Gobierno y toca incluso a la anfitriona de la fiesta: la Presidenta del Congreso.
Definitivamente triste, por todo esto y, además, por la propia falta de reflexión sobre las verdaderas necesidades de reforma, que las hay, de un texto que pronto cumplirá cincuenta años. Llámese la ley electoral, que en su momento valió para integrar a las minorías nacionalistas en el conjunto de España, y que ahora solo parece servir para crear gobiernos débiles, incapaces de defender a la mayoría de los chantajes de esas minorías. Llámense los mecanismos correctores para garantizar la igualdad de derechos y de oportunidades entre las distintas comunidades autónomas, que en estos 46 años de existencia no han hecho otra cosa que aumentar sus diferencias, a veces hasta la náusea. O llámese ese artículo 47 sobre la obligación de que cada ciudadano español pueda optar a una vivienda digna. Un sarcasmo que ha situado en los límites de la pobreza por lo menos a diez millones de españoles, una cuarta parte del país.
¿Qué hay cosas peores? Quién lo duda. Basta mirar a los Estados Unidos, al grado de degradación y corrupción al que un personaje como Donald Trump ha llevado al país que presumía, desde 1787, de tener una Constitución capaz de garantizar la libertad y las libertades de los americanos. O a Corea, que ha sorprendido al mundo con su especie de intento de «autogolpe» de Estado con consecuencias que todavía no somos capaces de valorar. O a Rumanía, cuyo tribunal constitucional acaba de declarar nula la primera ronda de las presidenciales, en la que ganó en el ultranacionalista prorruso Georgescu, al descubrir una serie colosal de «ataques híbridos rusos». O, más cerca, en Francia, donde sin salir de la constitución el espectáculo de la pinza entre la izquierda y la ultraderecha ha puesto contra las cuerdas a ese modelo de centrismo o republicanismo de Macron que cada día tiene menos defensores… La lista podría continuar ad infinitum, en un mundo donde los valores democráticos y constitucionales están definitivamente a la baja.
Y a todo esto, ¿qué dice el pueblo? Si es que queda pueblo todavía entre el analfabetismo funcional, la destrucción de valores o la conversión del ciudadano en un mero consumidor, por no decir un algoritmo… En días como el de ayer, traspasando los años, no nos habría venido mal recordar aquella frase de Lincoln, en uno de los mayores momentos de tribulación de su país: «Nosotros, el pueblo, somos los dueños legítimos tanto del Congreso como de los tribunales, no para derrocar la Constitución, sino para derrocar a los hombres que pervierten la Constitución». Poco más que añadir.
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