Claudia Sheinbaum. Efe
El avisador

Pedir perdón

«No lo vamos a pedir, sobre todo porque tendríamos que perdonarnos a nosotros mismos, ya que en España, país de mestizaje donde los haya, todos somos vándalos y romanos, griegos, fenicios, celtas, iberos, godos, judíos, moros y cristianos. Y hoy por hoy, un montón de sangres y de culturas más»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 12 de octubre 2024, 08:06

El día de la Hispanidad viene con noticia mayúscula: la certificación de que son los restos de Colón, y no de ningún otro almirante, los que descansan en la catedral de Sevilla. Y con los ecos, todavía, del famoso perdón que reclama México por la ... conquista de América, aireados desde Venezuela, con ese donaire que le caracteriza, por el recalcitrante Maduro.

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Perdón, del latín «per» (a través de) y «donare» (dar). Un vocablo maravilloso que nos habla del perdón como un don. Algo que uno entrega a otro como acto de generosidad, de donosura. Un concepto profundamente arraigado en la moral cristiana, donde Dios perdona siempre a los hombres de sus pecados, y exige a cambio que los hombres se perdonen entre sí. Que pidan y que den perdón. Por eso, desde el punto de vista cristiano, resulta extraordinariamente valioso que la Iglesia, a través de su sumo pontífice, el papa Francisco, haya pedido perdón no solo por los abusos, en nombre de la fe, de la conquista de América, sino también por los de la Santa Inquisición, entre otros hechos históricos.

Pero cuando en vez de las cosas de Dios y sus ministros, de lo que hablamos es del brazo secular y de los hombres, el asunto del perdón no es tan sencillo. Si el pecado o el daño son actuales, recientes en el tiempo, como puedan ser hoy los crímenes de guerra de Israel y de Rusia, sin duda cabe pedir perdón con efecto inmediato. Hacerlo incluso en nombre del estado, aunque lo verdaderamente justo sería poder distinguir entre la voluntad del pueblo y la de sus gobernantes. Pero si de lo que se trata es de pedir perdón por la historia, la tesis se complica. Tan absurdo como que un joven alemán de hoy cargue con la culpa del consentimiento, y en tantos casos incluso del asentimiento frente a la monstruosidad de los campos de concentración, lo sería que a estas alturas de la película reclamáramos los españoles a los franceses de los chalecos amarillos que nos pidieran perdón por la invasión napoleónica. O a los polacos que se excusaran por el trato despiadado ante los indígenas hispánicos por parte de los vándalos, en los tiempos de las invasiones bárbaras. O a los romanos por la romanización de aquella provincia hispánica que hoy da nombre a nuestra Hispanidad. No lo vamos a pedir, sobre todo porque tendríamos que perdonarnos a nosotros mismos, ya que en España, país de mestizaje donde los haya, todos somos vándalos y romanos, griegos, fenicios, celtas, iberos, godos, judíos, moros y cristianos. Y hoy por hoy, un montón de sangres y de culturas más.

Más allá de la fe religiosa y del pecado original de los hombres, en el marco de la sociedad civil, la ética y la justicia, aquellos que deben pedir perdón son quienes atentan contra la libertad, la dignidad o la integridad de los otros. López Obrador debería pedir perdón no como descendiente de españoles o de mexicanos (recordando que fue cuando México era México, y ya no España, cuando mayores atrocidades se cometieron contra las poblaciones indígenas), sino por ejemplo por los 37 periodistas asesinados y los seis desaparecidos impunemente durante su mandato. Lo mismo que su sucesora, Claudia Sheinbaum, debería prepararse a hacer lo propio por el simple hecho de haberse comprometido a perpetuar la corrupción implantada por su antecesor. O el encastillado Maduro, sin ir más lejos, por esos 24 muertos y más de dos mil detenidos solo en esta última ola de represión tras el pucherazo electoral.

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Nunca está de más pedir perdón. Sobre todo cuando detrás del perdón viene la reparación. Pero mezclar el perdón con los intereses espurios de los que siguen oprimiendo a indígenas y a criollos, todavía con consideraciones bien diferentes, resulta ciertamente repugnante.

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