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Ni se rinde ni se rendirá. Zelenski sabe en carne viva lo que puede significar para un país de la antigua órbita soviética estar o no estar bajo el paraguas de la OTAN. Así que ahora que hemos vuelto a la dialéctica del muro de ... Berlín, está dispuesto a escalar hasta la cumbre del G-7 para pedirles a los grandes del mundo que se dejen de zarandajas y apoyen de una vez, por tierra, mar y aire, la contraofensiva de Ucrania. La única opción sobre el terreno, dice, capaz de invertir el curso de una guerra cuyas víctimas se cuentan por centenares de miles. Y que continúa llevando al límite al planeta. Los japoneses, de momento, antes de recibir a la cumbre ya se han comprometido a incrementar hasta un 60% sus gastos militares. Por si el Pacífico volviera a extraviar su nombre. Así andamos.
No sabemos qué es lo que le dijo Sánchez a Biden de parte de Xi. Pero lo que sí sabemos es que los Estados Unidos remolonean a la hora de enviar sus F-16 a la zona de conflicto. En su proverbial 'otancentrismo', prefieren antes hablar con el Reino Unido que con Europa. Quizás porque no les ha sentado bien que Europa esté pensando con dos cabezas. Una que mira cómo contener a los rusos en el presente, para no llevarse la peor carga de la guerra. Y otra que indaga en el futuro inmediato, y busca cómo impedir que los americanos sigan desarrollando aplicaciones de la inteligencia artificial que cada día tienen rostros y objetivos más concretos. Ya que no F-16, que requieren pilotos de carne y hueso, tal vez en lo que Biden está pensando es en enviar más drones al frente ucraniano, a la vez que unos cuantos 'chatgpt', que conversan con mucho más temple que sus originales humanos, a la cumbre del G-7.
En la era de los replicantes, los científicos americanos estudian ya cómo utilizar los organoides, duplicados del cerebro humano creados para prevenir enfermedades, en alguna otra cosa que no sea la pura medicina. Al tiempo, sin embargo, que su Tribunal Supremo admite a trámite una querella por plagio contra Andy Warhol, por presentar como obras de arte propias, pasadas por la túrmix del genio publicitario, copias modificadas de originales ajenos, y por cobrar más tarde sus herederos diez mil dólares por (re)utilizarlas.
Mientras, los europeos, por medio de un juzgado italiano, acabamos de concederle al David de Miguel Ángel el derecho humano a su propia imagen, frente a los innumerables usos chuscos y ominosos con fines 'non sanctos' de uno de los grandes iconos de la humanidad. Nadie, sin embargo, le ha pedido en Europa el certificado de originalidad al gas ruso que seguimos comprando de tapadillo, en este caso debidamente tuneado, elegantizado y refrito por las refinerías del intermediario indio. Así es difícil ganar la guerra contra nosotros mismos.
Ya que no Harrison Ford, que dice que esta es la última vez que se somete a rejuvenecimiento digital para hacer una película, por lo menos nos quedan los hijos-nietos de Ana Obregón y Robert de Niro, padres y madres a los 68 y a los 80, respectivamente. El regreso de Ernest Maragall, en la pugna por la alcaldía de Barcelona. Y la fidelidad al original (criminal y despiadado) de los chicos de Bildu, que no hay túrmix, tuneo ni inteligencia artificial que los disimule. Con esto apenas va llegando uno, cautivo y desarmado, a la recta final de esta campaña interminable. Con la pesadumbre de no haber dado todavía con un replicante al uso que sea capaz de hacer mi trabajo mientras uno sestea, por ejemplo, en las playas de Zanzíbar. Donde no están ni se les espera a Zelenski, a Ana Obregón o al fantasma de Andy Warhol. Al menos de momento.
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