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Nuestro mundo, visto desde el traje Space X y las cuentas bancarias de Jared Isaacman, «parece un mundo perfecto». En el espacio exterior no hay turismofobia y el planeta azul se asemeja aún al planeta azul que vieron en blanco y negro, desde la ... Luna, Armstrong, Collins y Aldrin, en 1969. A 700 kilómetros de la Tierra, ni los misiles de Gaza ni los drones de Ucrania rompen la quietud del baile de los océanos y la deriva silenciosa de los continentes.
Ni siquiera Nicolás Maduro, ese hombre que por las tardes detiene por miles a sus opositores y por las mañanas trabaja por el bien del mundo embutido en su traje especial de Superbigote, ha sido esta vez capaz de interceptar la misión capitalista en el espacio. Tal vez reserve sus energías para 2026, cuando las naves de su súper enemigo, el pérfido Elon Musk, salgan de la Tierra rumbo a Marte. Primero de turismo, y ya se verá si a colonizar.
Que el mundo que pisamos es perfecto, o va camino de ello, es evidente. En Europa, sin ir más lejos, la contención del IPC abre por fin el camino de la rebaja en cadena de los tipos de interés, y el número de súper ricos, sea con traje de Armani o de Space X, aumenta de manera espectacular. En España alcanza récords históricos, al mismo ritmo que el aumento de la pobreza de los pobres y de los súper pobres. Mucho en todo esto tiene que ver la habilidad de occidente para criticar con media boca las atrocidades de la dictadura de Maduro y con la otra media instar a trabajar a Superbigote en la producción de petróleo. No sé si en busca de la solución al relevo de los combustibles fósiles, pero sí por los menos a los problemas de suministro energético de las dos guerras que más amenazan a nuestros bolsillos. Gracias a que los pozos del lago de Maracaibo han vuelto a la producción, también los ricos venezolanos son un poco más ricos. Y los pobres un poco más pobres, con tendencia a progresar en su miseria. Y a nosotros nos mejoran las hipotecas.
Ante la imposibilidad de echar a Maduro, la bajada de pantalones de eso que los americanos llaman «el mundo libre» comenzó en 2019, cuando Trump despidió a su asesor de Seguridad Nacional John Bolton, el encargado de organizar el bloqueo internacional contra Venezuela, quien terminó diciendo que la única solución que veía para acabar con la dictadura chavista era que los marines invadieran el país. Siguió después con el apretón de manos (unos dicen que cordial, otros que siniestro) entre Nicolás Maduro y Emmanuel Macron en 2022, en la conferencia mundial de Sharm el-Sheij sobre el cambio climático: más petróleo al fuego. Y esta misma semana se ha vuelto a escenificar en Madrid, en la reunión de «perfil bajo» que el presidente Sánchez ha mantenido con el exiliado Edmundo González, que entró y salió de palacio sin su título de presidente electo de Venezuela, a pesar de la petición del Parlamento español. Ni siquiera un reconocimiento, como aquel que le sirvió a Juan Guaidó para poder impartir hoy, como profesor visitante en la Universidad Internacional de la Florida, sus cursos sobre Resistencia a la Dictadura.
Las cosas son así. Para que el mundo de Isaacman y Musk siga siendo perfecto desde el espacio, parece necesario que el petróleo de Superbigote siga fluyendo desde el subsuelo del planeta. Con Maduro en el poder, todos salimos ganando. Menos la democracia y los derechos humanos en Venezuela. Daños colaterales, que dice Biden. Los intereses de Repsol, Telefónica y los bancos españoles en el país bolivariano, que dicen en Moncloa todos, menos Margarita Robles, que se empeña en seguir escribiendo derecho sobre los renglones torcidos de su Gobierno.
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