Al menos 33 muertos y 84 desaparecidos en un bombardeo israelí ayer en el campamento de refugiados de Nuseirat. Europa Press
El avisador

Muertes que no igualan

«Decenas de miles de vidas humanas, buena parte de ellas de mujeres o de niños, que vienen a confirmar que esta «tercera guerra mundial» ha roto definitivamente toda ética»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 14 de diciembre 2024, 08:01

Estamos tan imbuido en eso que llamamos circo nacional, esta semana con las tres pistas de las declaraciones de Ábalos, al que los ojos se le achinan un poco más cada día, como si quisiera parecer el jefe de una mafia rusa; estamos tan ... metidos en el lodo en el que el presidente Sánchez ha convertido la vida política española en los últimos años, que las noticias de alcance, de verdadero alcance mundial pero con repercusión clara en nuestro futuro inmediato, se nos escapan del entendimiento.

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La voz firme, sosegada, el viernes, del flamante comisario europeo de Defensa Andrius Kobilius, ha puesto el dedo en la llaga. Aunque oigamos cantos de sirena sobre el fin de la guerra en Ucrania el año que viene, la realidad es que tanto la Unión Europea como la OTAN lo que están haciendo en estos momentos en realidad es prepararse para poder contestar en condiciones a un ataque de Rusia sobre el suelo europeo «antes de 2030». No podemos pensar un solo momento den desarmarnos, sino más bien lo contrario: desde la OTAN, desde la UE y desde cada uno de los estados miembros de la Unión. Algo en lo que, por cierto, ya trabajan con denuedo la mayor parte de los países que tienen frontera con la antigua Unión Soviética.

La guerra de Ucrania, que el próximo mes de febrero pronto cumplirá tres años, tal vez para entonces registrará los 45.000 o los 50.000 muertos (contando solo bajas ucranianas). Una cifra que quizás pasa inadvertida cuando encendemos la pantalla del televisor y vemos a Zelenski con los principales líderes del mundo, reclamando apoyos, exigiendo armamento, pidiendo firmeza del bloque occidental frente a los delirios de grandeza del nuevo zar Putin. 43.000 muertos, que son los que ahora se contabilizan, son sin duda muchos muertos. Sobre todo si tenemos en cuenta las víctimas civiles, que no han dejado un solo día de producirse.

¿Son muchos o son pocos esos 33.000 millones de muertos que se registran ya en el conflicto de Israel? Si tenemos en cuanta lo que cada día nos dicen los medios de comunicación nacionales y extranjeros, deben ser muchísimos. Muchísimos más que los ucranianos, dada la forma de avispero mundial en la que se ha vuelto a convertir oriente próximo. Un fenómeno, el del odio a ultranza, que por cierto se ha extendido por todos y cada uno de los rincones de nuestro mundo «occidental». Decenas de miles de vidas humanas, buena parte de ellas de mujeres o de niños, que vienen a confirmar que esta «tercera guerra mundial» ha roto definitivamente toda ética. Si es que las palabras guerra y ética pudieran conjugarse en un mismo sintagma. Que no.

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Todo esto, sin embargo, y mal que les pese a los fanáticos, parece una 'broma' cuando hablamos del suceso que ha conmovido al mundo estos días: el fin de la guerra de Siria. Las imágenes del terror han dejado en nuestras retinas la viva imagen de una represión y de una crueldad sin límites. Cincuenta años de dictadura, catorce años de guerra y medio millón de muertos esparcidos por el país. El premio que se lleva el ya expresidente Bashar El Asad, invitado de honor del todavía presidente Puntin, instalado en Moscú en un lugar donde poder administrar de cerca esos 18 pisos de su propiedad en la zona más cara de la capital rusa. Un negocio lucrativo que no impedirá que las escenas de la barbarie, de los crímenes de guerra, le sigan seguramente acosando hasta el último de sus días.

¿Son todos los muertos iguales? ¿Son iguales las mujeres y los niños de Ucrania, de Gaza o de Siria en el momento de que les alcanzara la muerte? La cultura clásica nos dice que sí, que todos somos iguales en el «abrazo fiel y sin nombre» de la muerte cuando nos llega, como decía Quevedo. A mí me parece que no.

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