Creíamos que el sanchismo, entendido como el arte supremo de convertir en poder todo aquello que se toca las manos de la mentira, era un atributo exclusivo del presidente en funciones. Pero qué va. En lo de mentir a espuertas, como en lo de tratar ... de hacer pasar por tontos a los periodistas y a los ciudadanos, ya ha aparecido alguien más sanchista que Sánchez. Se llama María Guardiola, va a ser la próxima presidenta de Extremadura, y lleva una semana sonriendo después de haber perpetrado lo que juró que jamás perpetraría. Con la misma galanura que su maestro de esgrima. Con el mismo descaro. El desprecio absoluto por la palabra no tiene siglas. Y se ha convertido en tendencia.
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Si el resultado de la mentira se midiera por el tamaño de la compraventa, habrá quien diga que no se puede comparar la cesión de una consejería de nada, o de sesenta miserables puntos de programa conjunto en un gobierno regional, con la regalía de una vicepresidencia nacional, que incluía en el lote sillón gubernamental para cónyuge y tres ministerios por añadidura. Pero los filósofos nos han enseñado que en lo del mentir el tamaño no importa. Lo que importa es la desfachatez. Y en el cinismo del decir y del desdecir en un mínimo espacio de tiempo, reconozcámoslo, la vehemencia de Guardiola no ha tenido rival.
De vez en cuando hay que decir alguna verdad, para que te puedan creer cuando mientes, escribió Jules Renard. Y en eso de las verdades a medias, que enseguida se destapan como grandes mentiras, los españoles somos campeones. Por eso, ante la falsedad ya nadie se lleva las manos a la cabeza. A no ser que juegue en el equipo contrario. Y mucho menos se atreve a salir a la calle para denunciarla. Los franceses, por ejemplo, son capaces de detener en una sola noche a 667 personas por protestar contra las mentiras y la impiedad del sistema. Pero aquí los únicos movimientos en masa que se conocen son los de bajar al bar. O los de buscar sitio en la sombra del árbol que mejor nos cobije. El propio Santiago Abascal, en un intento de no ser menos, se ha atrevido estos días a mostrarnos también el Sánchez que lleva dentro, asegurando ante los micrófonos que ni se ve ni se verá como vicepresidente de un futuro gobierno. Que o presidente o nada. ¡Lo que estamos oyendo y lo que nos queda todavía por oír!
De los franceses, digo, deberíamos tomar ejemplo en el modo de enfrentarse, a lo bestia y sin cuartel, con sus propias mentiras. Y de los americanos, por buscar otro modelo, de hacer lo propio con mucha más discreción. No me refiero al último patinazo del anciano rey Biden, confundiendo la guerra de Irak con la de Ucrania, sino más bien a las maniobras de su asesor, el célebre Juan González, al irse a dormir con su enemigo, el presidente de la Asamblea bolivariana Jorge Rodríguez, a una misma cama. Diciendo cada uno al regresar a su casa exactamente lo contrario de lo que se dijeron cuando se encontraron (¿secretamente?) en Qatar.
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Con más o menos gracia, con mayor o menor desfachatez, lo cierto es que todos mienten. Nos mintieron tanto los rusos como los ucranianos cuando nos hablaron de la presa de Kajovka, y por eso nos da tanto miedo ahora cuando empiezan a mentir sobre la seguridad de la central nuclear de Zaporiya. Y nos ha mentido también, riéndose de nosotros, la presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, cuando nos ha dicho que no nos preocupemos por la inflación ni por los tipos de interés, ya que nuestros sueldos subirán por lo menos un 14% en los próximos dos años. Ni Agamenón ni su porquero saben ya dónde meterse.
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