Como una mancha de aceite, la suciedad del caso Koldo se extiende y se extiende según vamos conociendo por las filtraciones, eso que antes se llamaba periodismo de investigación. El desaseo, que se acerca sin prisa pero sin pausa a las puertas de la Moncloa, ... de momento ya ha alcanzado los aposentos de la tercera autoridad del Estado, la presidenta del Congreso Francina Armengol. Como emblema del fraude, su sucesora en Baleares, Marga Prohens, está pensando en organizar una jornada de puertas abiertas al hangar donde se guardan todavía los 1,4 millones de mascarillas que suministró Soluciones de Gestión al Govern Balear en mayo de 2020, y que siguen ahí, como si fueran material de desecho. Que no lo son, del todo. Detrás de las islas, o delante, van también las compras de otros dos organismos públicos no pequeños: ADIF y Puertos del Estado. Naves y más naves, cobertizos, contenedores, depósitos, barracones… sabe Dios llenos de qué compras a qué proveedores a qué precio y a través de qué conseguidores.
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Para colmo de malicia, y a través de otro número tres, en este caso el del PSOE, Santos Cerdán, la mugre del caso Koldo se amalgama con la del caso Tsunami Democràtic, uniendo un componente tóxico más al aceite de la corrupción: el del terrorismo. Eso dicen, finalmente, los magistrados del Supremo, en la víspera del acuerdo final sobre la amnistía, que terminará de pringarlo todo. Qué bien hizo su trabajo Pablo Iglesias antes de marcharse a casa: asimilar el Gobierno de España al de Venezuela, con todas sus consecuencias.
Alguien podría decir que hay cosas peores que todas estas cochinadas. Y no me refiero a lohttps://www.elnortedecastilla.es/economia/factura-luz-cara-marzo-20240229194009-nt.htmls recibos de la luz, que suben cuando bajan o bajan cuando suben, según lo mire el pagador. Me refiero a las amenazas nucleares de Putin frente a la posibilidad de que la OTAN ponga pie en la guerra de Ucrania. O al ascenso imparable del búfalo Trump frente a la debilidad manifiesta del anciano Biden. O, sobre todo, a los centenares de niños que están muriendo de hambre en Gaza, mientras los centuriones se hacen selfis sobre las casas derruidas, las calles sembradas de cascotes, los muertos tirados de cualquier manera en imágenes a las que ya no estábamos acostumbrados. O sí.
Ni la corrupción, dirá, ni el aceite de la incuria política son asunto exclusivo de España. Y en el mundo hay cosas mucho más dolorosas que el desasosiego de comprobar cómo la pequeñez del presidente Sánchez va haciendo cada día más grande al que hasta hace nada pensábamos que era el peor presidente de la democracia española, el ínclito Zapatero. Cosas sin importancia, al menos mientras sigamos obteniendo cifras récord en la ocupación de los estadios de fútbol, incluso en competiciones de serie B. O mientras la preocupación mayor que tienen estos días los españoles, más allá de sus facturas, sea tener el coche a punto, de cara a las próximas vacaciones de Semana Santa. Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo o playas y montañas del país de mejor clima de Europa. O del mundo. Rugen los motores, caen las últimas lluvias y en la España de la tragicomedia de Calixto y Melibea, de la ordinaria locura de Don Quijote, del maravilloso esperpento de Valle-Inclán y de los terrorismos amnistiables, solo cabe una pregunta. La que podríamos hacerle, ya que estamos al cabo de la operación Delorme, a ese «oraculum solers» (algo así como «habilidades de oráculo») que puso en su escudo el médico que le dio nombre al aparato policial: ¿Caerá el Gobierno de Sánchez o le seguirán manteniendo, frente a todo, y frente a ellos mismos, lo que queda de Esquerra, lo que queda del PNV o lo que queda de la fábrica de 'botiflers' de Junts? Iremos viendo…
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