![Madrileñismo sociológico](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/10/20/1473028252-kjkC-U210485496710B5D-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Tal vez por representar que en Madrid se consiguen más prebendas que en Bruselas o en Waterloo. Tal vez por poner en escena quién ha de ser el interlocutor mayor en el reparto de bienes tras el pacto de la amnistía. Lo cierto es que ... esta semana Pere Aragonés se ha bajado al foro para hablar de lo suyo. Y lo suyo, ha dicho en la cámara territorial del Parlamento, no es la amnistía como punto de llegada, sino como punto de partida. Un cacareo personal que rompe el denso silencio con el que se tejen los pactos que tratan de alejar el fantasma cierto de la repetición electoral.
Mientras esto decía, apelando una vez más al desafecto general de la sociedad española sobre la catalana, en Barcelona el brazo armado (de balones) del independentismo hacía también lo suyo, escurriendo el bulto de su propia corrupción en la corriente general del «madridismo sociológico». Un fenómeno que va, dice Laporta, mucho más allá del fútbol. Que está en la política, los medios de comunicación y los centros de poder en general. Le faltó especificar si también en los bancos, las universidades, las oenegés y las tiendas de regalos. Una demonización de Madrid, por cierto, en la que los dos líderes catalanistas coinciden de pleno, sin necesidad de pactos ni amnistías, con el presidente del Gobierno en funciones: a España, dice Sánchez, cada día le es más difícil resistirse a ese 'madrileñismo' sociológico (en su caso) que lo impregna todo. Y que tiene en Ayuso la estampa de su diablesa mayor.
El Parlamento español, en 'stand by' a la espera del santo advenimiento, se toma con gallardía estas disquisiciones. Tal vez porque no tiene que asumir (todavía) las consecuencias de lo que pasa en Israel, como le va a suceder en los próximos días al Parlamento estadounidense. Biden ya adelanta que van ser miles de millones los que van a tener que aprobar los honorables representantes a la Cámara, sí o sí. Y lo mismo para Israel que para Ucrania, porque los frentes crecen al mismo ritmo que los enanos. Y los enanos políticos no saben hacer otra cosa que destruir y verter sangre para que se les siga teniendo por gigantes.
Aplastados por los cascotes de los hospitales o contra las fronteras cerradas de Egipto y Jordania, decenas de miles de personas sufren en su carne el extremo al que puede llevar el debate sobre las fronteras y las diferencias culturales, raciales y religiosas. Aquí, sin embargo, seguimos empeñados en jugar al pequeño esperpento, buscando cada día con mayor ahínco aquello que nos separa, en lugar de apretarnos en lo que nos une. Ese esperpento que el gallego Valle-Inclán inventó mirándose en los espejos cóncavos y centralistas del callejón del Gato de Madrid, donde los gordos parecían flacos y los flacos gordos, si bien todos feos. Tal vez como eran en realidad. Ese «al revés te lo digo para que me entiendas», que se escucha desde hace siglos en algunas retrancas de la periferia castellana. Ahora parece ser que también en Cataluña.
En medio de la sangría internacional, no sé si al fin desazona o consuela el teatrillo nacional. Los grandes males del madridismo futbolístico o del madrileñismo político, sociológicos ambos, que en el fondo no son otra cosa que esa eterna concomitancia nuestra entre la necesidad de encontrarnos en el centro reconociéndonos únicamente en los contornos. Por suerte, en Barcelona además del Barcelona está el Espanyol. O lo que queda de él. Y en Madrid, además del Real Madrid está el Atlético. Y fuera de Madrid y Barcelona hay una España que se antoja un poco más sensata (a veces), y que sufre, desde Valladolid, desde Valencia o desde Sevilla, esa contaminación absoluta de un debate nacional que debería estar en otras cosas. Quizás más importantes.
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