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Imagen del último pleno en el Congreso. E. P.
El Avisador

La jaula de los simios

«El caos terrible en el que vive la España de estas dos últimas legislaturas ha propiciado que algunos avezados analistas se hayan aventurado a comparar la actual época de Pedro Sánchez con aquel tiempo convulso, incluido el golpe del 23-F, que se vivió en los días de Adolfo Suárez»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 23 de marzo 2024, 00:47

Si Diógenes el Cínico tiene razón, y el insulto deshonra a quien lo infiere, y no a quien lo recibe, el Parlamento español sería la casa de los deshonrados, de los infaustos, de los indignos de representar a nadie más que a sí mismos. O ... ni eso. Pero seguro que la democracia que conoció aquel «Sócrates delirante», como en su día le definió Platón, era mucho más imperfecta que ésta en la que vivimos. Ésta a la que quizá le cuadra mejor la definición del satírico americano HL Mencken, más cercano a nuestro tiempo, cuando habla de cierto concepto de la democracia como «el arte de manejar el circo desde la jaula de los simios».

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Ahí es donde nos situamos: entre el cinismo perruno de Diógenes y la jaula de los simios de Mencken. Lejos, en todo caso, de la civilización. De modo general, en las legislaturas del fraccionamiento, en las que el parlamento patrio perdió a los oradores en favor de los demagogos, y sustituyó a los ponentes por perros de presa. Y de manera particular, todavía con mayor ahínco, en estas últimas semanas del caso Koldo, que ha cogido de tal manera por sorpresa al Gobierno que, para defenderse, no ha dudado en convertir las cámaras de representantes en verdaderos contenedores de basura.

Un circo donde las verdades, las medias verdades, las mentiras y las grandes mentiras conviven con naturalidad repugnante. Hechos probados, como las conexiones del caso Koldo con el Gobierno de España o las amenazas a los periodistas del jefe de gabinete de la Comunidad de Madrid. Simples mentiras, como las relacionadas con las esposas del presidente y del líder de la oposición. O esperpentos mayestáticos, como aquellos relativos a los delitos fiscales de la pareja de la presidenta madrileña. Y entre medias, gritos, exabruptos, chulerías, agravios, ultrajes, improperios, vituperios, estopa… todo lo que cabe en el lenguaje del lumpen tabernario, pero en boca de diputados, ministros y hasta vicepresidentas. Perros todos, pero no en el sentido desprendido del cínico Diógenes, sino únicamente en el uso y abuso del ladrar y el morder. Todo extraordinariamente grave, y más grave aún en el último episodio de la pugna: la duda sobre la soberanía nacional entre el Congreso y el Senado. Lo que faltaba en la jaula para desanimar al pueblo soberano.

El caos terrible en el que vive la España de estas dos últimas legislaturas ha propiciado que algunos avezados analistas se hayan aventurado a comparar (con denuedo en algunos casos) la actual época de Pedro Sánchez con aquel tiempo convulso, incluido el golpe del 23-F, que se vivió en los días de Adolfo Suárez. Odiosa comparación, por cierto. Podría equipararse, quizá, la condición de ambos de ser fecundos en ardides, como el Ulises de la Odisea, en situaciones que para otros habrían sido insostenibles. Pero la distancia es infinita: si las florituras políticas de Suárez le sirvieron para sacar a España de la dictadura y llevarla a la democracia, las de Sánchez sólo le están valiendo para llevar a la democracia a su estado de degradación más absoluto. Un símil ominoso que alcanza el rango de sacrilegio cuando los estrategas de este último se lanzan a usurpar las mismas palabras (reconciliación, concordia) que entonces le sirvieron al primero para conseguir un consenso que sorprendió al mundo entero. Aquel consenso entre dos Españas que querían pasar página y pensar en el futuro antes que en el pasado, frente a esta jaula de simios donde se congregan cien Españas empeñadas en profanar el lenguaje y la memoria histórica. Y en destruir la convivencia. Lo decía Diógenes el Perro sobre las uvas de la vida, pero igual nos valdría para hablar de nuestra democracia: las primeras son las del placer; las segundas, las de la intoxicación, y las terceras, las del asco. En esas estamos.

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