Pedro Sánchez. AFP
El avisador

Invocación al caos

«Esos presupuestos que ayer el presidente decía que iban a suponer la consolidación definitiva de su Gobierno y de la legislatura y que hoy asegura que no tienen la menor importancia para la vida económica del país»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 16 de marzo 2024, 00:27

Si dura un par de días más, quién sabe hasta dónde podría habernos llevado esta semana. Igual, con un poco más de ola, a eso que el Gobierno no deja de decir que es imposible: el derrumbe de una legislatura que cada vez que se ... apuntala por un lado se cae por el otro.

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Hubo un momento, el miércoles, que la mandíbula de hierro del presidente daba la impresión de que su titular ya no podía más, acosado como estaba por la extensión del caso Koldo y sus imágenes grotescas, incluido el cambio de escaño del exministro Ábalos, cuya caricatura cobró dimensiones de ninot gigante. Pero vino entonces lo del novio de la presidenta de la Comunidad de Madrid (la réplica exacta del populismo de Sánchez, pero en la orilla contraria), que al apresurarse a mentir sobre la realidad de las relaciones de su pareja con Hacienda, estuvo a punto de cargarse la estrategia de la oposición de su partido para derribar al Gobierno atacando su flanco más débil: el de la corrupción.

Pero no fue así. Y en la refriega surgió el retrato deforme de Dorian Gray en forma del rostro de la vicepresidenta y ministra de Hacienda María Jesús Montero, quien volvió a romper la escasa confianza que todavía quedaba en algunos sobre el respeto de su Gobierno a la democracia, revelando secretos por los que ahora deberá responder, si prospera la querella de Alberto González, la pareja de Ayuso. Es difícil caer más bajo.

Apenas el aliento para llegar a los sucesos encadenados del jueves: la alegría desbordada en el teatrillo del Congreso por la aprobación de una ley de amnistía que, según sale de la cámara baja, deberá enfrentarse a la otra mitad del parlamento, a una parte importante de los jueces y a la inmensa mayoría de los ciudadanos españoles. Con el inri de la renuncia del Ejecutivo a defender los presupuestos generales del Estado, como debería ser su obligación. Esos presupuestos que ayer el presidente decía que iban a suponer la consolidación definitiva de su Gobierno y de la legislatura y que hoy asegura que no tienen la menor importancia para la vida económica del país. Todo, el mismo día en el que el presidente de la parte contratante de la segunda parte de este reino de títeres de cachiporra, el presidente Aragonès, rompe la baraja anunciando el adelanto de las elecciones catalanas… Una vez más la invocación al caos, confiando en la capacidad infinita de algunos ciudadanos para seguir tropezando siempre con las mismas piedras, a pesar de tener las piernas rotas.

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Pero no ha acabado ahí la tragicomedia. Antes de dar las campanadas del fin de semana, ayer mismo la célebre Comisión de Venecia, el bálsamo de fierabrás europeo por el que clamaban los defensores de la amnistía, se pronunció pidiendo al Parlamento español «mayorías cualificadas», en lugar de desempates por la campana, como es la realidad que tenemos. Un desastre que, dado como están ahora los plazos, con la convocatoria abierta de las urnas en Cataluña, nos ofrece únicamente una perspectiva alentadora: la de que, sin esperar a que se apruebe o se deje de aprobar la ley de la ignominia, el prófugo de Waterloo pierda los nervios y se presente en España para ser detenido, como insinuaba ayer su abogado. Esa imagen con la que sueñan tantos millones de catalanes y de españoles: la suave mano del agente correspondiente de los cuerpos y fuerzas de seguridad empujando suavemente la cabecita de Puigdemont para que entre en la parte trasera del vehículo policial, mientras sacude el flequillo en señal de obediencia a la ley verdadera. Esa ley que debería ampararnos o condenarnos a todos por igual, sin vergonzosas componendas políticas… En medio de los vientos desatados, ¿estamos un poco más cerca de verlo?

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