Por más que lo miro, no encuentro entre las profecías de Nostradamus aquella en la que la extinción del ser humano se desvelaría en el siglo XXI bajo el signo de la Inteligencia Artificial. IA: ¿inteligencia artificial o imperio del anticristo? No es fácil ... saber. Lo que sí parece que ocurre es que algunos de los inventores del algoritmo de algoritmos, como le pasó a Alfred Nobel con la dinamita, empiezan a sospechar que los misiles de la ciencia vienen cargados por el diablo. Así que arrepentíos.
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Entre otras cosas, los productos de la inteligencia artificial y los del ser humano se diferencian en que los primeros son perfectos y los segundos no. La belleza, por más que se empeñara Leonardo, no está en la simetría ni en la perfección, sino en la maravillosa pulsión de lo imperfecto. En el equilibrio desequilibrado. En la armonía balbuciente. En la oscilación. Cosas de aves y de bestias, como el libro de Pilar Adón. Pero no de máquinas.
Todo esto para decir que ni la ciencia estadística de las encuestas ni el rastreo de datos de Hal 9000 ni la humanísima inteligencia artificial de R2D2 nos habían avisado de la llegada de una nueva señal del anticristo, en forma de convocatoria de elecciones generales para el 23 de julio. Día por cierto del beato Abilio Ramos, más conocido como Abilio de la Cruz, fusilado en el 36, en tiempos de la persecución religiosa. Seguramente no encontró el convocante otra cita mejor en el calendario para poder seguir hablando y hablando de la guerra civil, aunque sea desde el otro lado del paredón.
Después del golpe de timón en los ayuntamientos y en las comunidades, ¿qué puede ocurrir con el rumbo del Estado entero y verdadero? Nadie lo sabe. Tampoco la IA. Porque cuando metemos en la máquina los datos en la ecuación (tendencia, vacaciones, movilización electoral, reacción a lo reaccionario), la pantalla solo responde: error de sistema.
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Cierto que la lectura nacional (especialmente las mentiras y las amistades peligrosas del presidente) ha sido la clave para interpretar este vuelco en las todavía calientes urnas de mayo. Y que de aquí a las (presumibles) canículas de julio poca cosa podría a variar en un país que valora la convivencia más en las fiestas, las vacaciones y el regreso a los pueblos del verano que en las papeletas, los sobres y las mesas electorales del barrio. Como también es verdad que cualquiera que camine por las calles de las grandes ciudades de este país o que trabaje con los bancos de alimentos de la extraordinaria red capilar solidaria de nuestra sociedad valora más los (terribles) datos de la marginalidad y la pobreza que las (buenas, para qué decir lo contrario) cifras que un mes tras otro se difunden desde las oficinas de empleo.
Pero también sucede que cualquier cosa que haga o diga, por acción u omisión, un ejemplar político tan perfectamente imperfecto como es nuestro presidente en funciones, tiene siempre consecuencias imprevisibles. De momento parece que tanto la izquierda de verdad, como los grandes pícaros y pícaras que han vivido de ella en estos últimos años, han perdido definitivamente el crédito de los ingenuos, los adánicos, los inocentes o los simples memos. Y que los nacionalismos no solo se afianzan, sino que se crecen en el castigo de contemplar cómo en sus programadas repúblicas independientes ha entrado Vox dando coces como el caballo de Pavía. Y que en la casa del poder, aquellos que habían sacado sus cuchillos para asesinar al césar ahora se los envainan, después de haber vuelto a guardar a Bruto en el armario, a la espera de lo que pase el 23J. Ni por asomo: las cosas que hacen los hombres, por lo menos algunos hombres, jamás las podrá hacer la inteligencia artificial. Laus Deo.
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