Secciones
Servicios
Destacamos
Dice Joe Biden que, a pesar del bombardeo de Irán sobre Israel, todavía estamos lejos de una 'guerra total'. Pero la verdad es que lo que diga Biden importa poco. Lo que de verdad importa para el futuro inmediato de esta guerra es lo que ... puedan decir los estadounidenses en las urnas en noviembre. El terrorífico Trump intenta arrimar el ascua a su sardina electoral, denunciando los excesos de ardor guerrero del presidente demócrata frente a su espíritu pragmático, y prometiendo un plan de paz que no puede fallar. Pero es difícil de creer, por más que a nadie se le escape que Netanyahu está mucho más seguro de su impunidad con Biden que en su día lo estuvo con Trump. Y que el israelí espera que todo siga así si gana Kamala Harris. De Kennedy a Obama, pasando por Reagan, los norteamericanos han dado sobradas muestras de que en los Estados Unidos el pacifismo o el belicismo no tienen nada que ver con las apuestas políticas de la presunta izquierda o la presunta derecha.
La realidad presente, sin embargo, es que la guerra de Gaza ya no es una guerra de Israel contra Hamás y Hezbolá, sino también contra Irán y contra el Líbano. Basta ver las columnas de humo de cada día en Beirut. Un efecto que ha obrado que buena parte de la opinión pública libanesa que era crítica con los abusos del Partido de Dios, haya empezado ahora a cerrar filas a su lado. Lo mismo que ha sucedido en Gaza con respecto a su secuestrador Hamás. La espeluznante precisión de la guerra tecnológica permite localizar y eliminar al enemigo allí donde se encuentre, pero no puede evitar eso que los analistas llaman, con tanta frialdad, 'daños colaterales'. Cuando esto ocurre, y ocurre todos los días, hay que dejar de hablar de acciones militares y de muertes de civiles para hablar de asesinatos y de crímenes de guerra. Por mucho que las hazañas bélicas nos lo cuenten, las guerras nunca han sido cuestión de caballeros, sino más bien asuntos criminales. Lo mismo cuando los alemanes trataron de exterminar a los judíos en los campos de concentración que cuando los estadounidenses zanjaron la segunda guerra mundial con las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. O cuando los japoneses ejecutaron a más de 300.000 chinos al otro lado de las murallas de Nankín.
Ahora, con la amenaza de esta nueva 'guerra total', lo cierto es que los ojos miran por igual las instalaciones militares que las casas, las escuelas, las carreteras o los hospitales. El tablero de juego está en esos cuarteles o en esas residencias de civiles de Oriente Medio, pero las piezas las van a mover una vez más las grandes potencias. Los Estados Unidos, enajenados en medio de una campaña feroz y enloquecida por la presidencia. Rusia, empecinada en una guerra con Ucrania que no termina de ganar ni de perder. Y, sobre todo, por mucho que les pese a estos dos, China: esa China que teme que el petróleo iraní deje de manar para ellos si Israel fija ahí el objetivo de su venganza. Lo mismo que teme el mundo entero. A nadie se le escapa que la pervivencia de la democrática Europa, lo mismo que las buenas cifras económicas de la solidaria y pacifista España, están en plena correspondencia con el precio del barril de petróleo. A la hora de la verdad, seguimos prefiriendo luchar (y matar) por la gasolina antes que luchar contra el cambio climático. Parece inconcebible que en 2024, con los misiles y los escudos antimisiles más sofisticados de la historia, el mundo se siga calentando no solo por las emisiones, sino también por el fragor de las explosiones en ese polvorín petrolífero que siguen siendo los países de Oriente Medio.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.