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Un sábado y otro sábado y otro más, no nos cansamos de reflexionar. Con un paquete de neuronas dedicado a la España que nos preocupa, otro a la Europa que nos inquieta y lo que nos queda de actividad cerebral a un mundo que sigue ... en llamas. Sobre eso reflexiono cada vez que oigo hablar al ministro Albares, detrás de sus gafitas modelo Segunda República, sobre la conveniencia, más allá de los puros (y espurios) intereses electorales, de seguir alimentando con materia inflamable un conflicto como el de Israel. Un conflicto que no tiene otra manera de abordarse que una apuesta firme y conjunta de eso que llamamos Occidente para que terminen el horror y la vergüenza. De momento, la salida de tono de España (y alguno más) con respecto al resto de sus socios, para lo único que ha servido es para que Netanyahu se sienta en la necesidad de continuar con sus crímenes con tal de mantenerse al frente del país. El anuncio de su comparecencia el 24 de julio en el Congreso de los Estados Unidos ya está avisando de que cualquier 'inminente' alto el fuego habrá de esperar.
Reflexionando y reflexionando, no sabemos hasta qué punto la política exterior española, con sus caprichos, le va a servir al PSOE para volver a revertir en el último momento un fracaso al que parecía abocado hace unas semanas. Lo que intuimos, al menos si estamos atentos a las últimas-últimas encuestas, es que lo que sí le pudiera estar dando resultado al caudillito es la puesta en escena del acto segundo del caso Begoña, incluida esa nueva carta a la ciudadanía que, definitivamente, parece haber sustituido a todo procedimiento democrático en la comunicación del populista con sus fans.
A los deslumbres teatrales del primer actor Sánchez, tendríamos que añadirle hoy, en plena jornada de reflexión, las imágenes que ha dejado en nuestras pupilas el espectáculo fastuoso del debate a nueve de TVE del jueves. El espejo cóncavo del corral de comedias (y de gallinas) en el que actúan los personajes secundarios de esta gran farsa. No sé decir si verdaderamente eran más tristes las ojeras de Teresa Ribera, harta de resistir, o la mirada indescifrable de Dolors Montserrat, harta de morder. Si la inútil proclama del centro en un país definitivamente descentrado por parte de Jordi Cañas, o la euforia apenas contenida de Jorge Buxadé, ahora que el españolismo de Vox se ha vuelto europeo animado por la derechización rampante de la Unión. La rabia y la sed de venganza de Irene Montero, en su universo donde no existen las terminaciones en 'o', frente a la evidente pérdida de papeles (y de espacio político) de Estrella Galán. O la desdibujada Oihane Agirregoitia, que tuvo verdaderas dificultades para explicar en qué consiste eso de la Europa Solidaria. O la vergüenza ajena de Diana Riba, que ni sabía que hacer con sus siglas ni cómo tratar de integrarse en una 'conversación' de la que estuvo fuera siempre. Casi tan fuera como el monologuista (con traducción simultánea) Aleix Sarri, el candidato de Junts, que hizo maravillas para conseguir no hablar de España en su mundo feliz de conversaciones entre la nación catalana y Europa.
Entiendo que con esta tropa den ganas de quedarse en casa este domingo, pero hemos de reflexionar. Votar hace tiempo que ya no es elegir a un líder flamante con el que nos sentimos identificados, sino contribuir, con nuestro voto, a mantener una democracia que sin duda se parece cada día uno poco más a un gallinero. Pero con la conciencia de que la otra opción al gallinero son los zorros. Y estos días que nos acordamos del Desembarco de Normandía, deberíamos tener en cuenta a dónde nos pueden llevar los zorros si bajamos los brazos como ciudadanos y dejamos de defender a nuestras gallinas.
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