Capone ha caído. Y no a partir del fraude fiscal, sino a partir de un beso. Eso que los espontáneos llaman un pico. Solo a partir de ahí, cuando la pieza ha quedado expuesta en el claro del bosque, los cazadores se han decidido a ... cargar sus escopetas y a disparar. Todavía hay quien piensa que el caso Rubiales es anecdótico. Él mismo no acaba de explicarse por qué a él y no a tantos y tantos otros como él, como ocurre siempre con la corrupción. Pero lo cierto es que se trata algo sistémico: la permanente connivencia entre el poder político y un universo paralelo, el del fútbol, que desde hace demasiado tiempo actúa al margen de la ley.
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Si el fútbol nos representa como ciudadanos y como personas, los españoles tenemos que reconocer que somos mucho más machistas, mucho más xenófobos, mucho más tramposos y mucho más violentos de lo que decimos ser. Pero si el fútbol, como es nuestro caso, actúa además como representante de lo que somos ante el exterior, entonces sí que lo llevamos claro. Por muy bien que lo hagan el Real Madrid, el Barcelona o los Atléticos en las competiciones internacionales, cada día nos va a ser más difícil explicar cómo es posible, por ejemplo, que un país como España celebre y siga celebrando su Supercopa en un país como Arabia Saudí. Solo había faltado que además de la coincidencia en el tiempo de las fotos de la detención de Rubiales con las de Pedro Sánchez en Arabia Saudita, se hubiera producido esta semana alguna novedad en la entrada de los árabes en Telefónica.
Que medio planeta reconozca como el gol más importante de la historia el que Diego Armando Maradona metió con la mano (de Dios) en el Argentina-Inglaterra del Mundial del 86 es solo una metáfora de la mentira que un deporte como el fútbol puede llegar a alcanzar ante un mundo necesitado de emociones y bajas pasiones muy por encima de honestidad, progreso o, simplemente, de verdad. Vale para Argentina, pero valdría igual para España, dos países en los que el fútbol son verdadera cuestión de estado. Y en todo caso, el espejo grotesco de esos otros 'partidos' que, con la misma violencia, la misma hipocresía y, sobre todo, la misma mendacidad, se juegan cada día en ese circo en el que hemos transformado el Parlamento.
El último torneo, el que enfrenta (en desigualdad de condiciones, por cierto) al Congreso de los Diputados y al Senado de España, donde la cacería tiene piezas múltiples. Primero, la reprobación de Marlaska por el asunto de la guardia costera y el narcotráfico; después, la de Bolaños por su manipulación de las declaraciones de la Comisión de Venecia sobre la ley de amnistía. Y ahora, la incógnita de si podrá llegar a ser reprobado o no el propio presidente del Gobierno, si se sigue tirando del hilo del caso Koldo. Un partido en el que no se dejan de meter goles con la inspiración de casos de lesa patria como el de Mónica Oltra, que cuentan con la lentitud y la inoperancia de los árbitros (la justicia) ante el barullo infernal en el campo de juego.
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Aunque algunos crean que es así, en el caso de la política, como en el del fútbol, tendríamos que empezar a pensar en serio que estamos ante algo más que un juego. Una batalla, sin muertos aparentes, donde lo importante no puede ser únicamente ganar a costa de lo que sea, sino más bien transmitir a la ciudadanía unos principios, unos valores y un modo de actuar que sean ejemplo de convivencia, de progreso y de construcción conjunta de una realidad que en ningún caso puede ser esta. Pero da la impresión de que cada día que pasa estamos más lejos.
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