Vehículos amontonados tras la catástrofe. Efe
Opinión

Fracaso colectivo

El Avisador ·

«Los meteorólogos no fueron capaces de prever las proporciones, y menos aún de comunicar a la administración la excepcionalidad absoluta de la gota fría. Y las autoridades tardaron casi doce horas en reaccionar. Todavía nos quedan por oír muchas explicaciones sobre este desfase inaceptable»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 2 de noviembre 2024, 08:06

Sucedió con la covid. El Gobierno adoptó, una tras otra, medidas anticonstitucionales. Las comunidades autónomas, cada una por su lado, se equivocaron más o menos, pero sin la más mínima coordinación entre ellas. Y a cada uno le fue peor o mucho peor según su ... código postal, como siempre sucede en la salud y en la enfermedad, es decir, tanto en la asimetría del día a día como en la brecha profunda de las cuestiones excepcionales. España no estuvo a la altura, y no es ningún consuelo que tampoco lo estuvieran otros países europeos, como no lo estuvieron.

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Y ha vuelto a suceder ahora. Las comunicaciones han llegado tarde, las instrucciones han resultado imprecisas y el desastre ha sido absoluto. Los meteorólogos no fueron capaces de prever las proporciones, y menos aún de comunicar a la administración la excepcionalidad absoluta de la gota fría. Y las autoridades tardaron casi doce horas en reaccionar. Todavía nos quedan por oír muchas explicaciones sobre este desfase inaceptable. Cuando nos quisimos dar cuenta, ya era demasiado tarde: los niños estaban en los colegios, los trabajadores en sus centros de trabajo, y decenas de miles de coches circulaban por carreteras que muy pronto se iban a convertir en cementerios y vertederos de chatarra. Nadie mandó, ni siquiera recomendó evacuar a aquellos vecinos que vivían cerca de los cauces de los ríos, algunos de los cuales desaparecieron arrastrados por la furia de las aguas dentro de sus casas. Algo espantoso.

La fotografía del presidente del Gobierno con el presidente de la Generalitat Valenciana no es la imagen del diálogo ni de la unidad ni del consenso, sino la de un fracaso colectivo. La vergüenza de tener que escuchar que todo el mundo lo hizo bien, siguiendo los protocolos, cuando en realidad lo hizo mal. O muy mal. La constatación fehaciente de que los protocolos no sirven. Y muchos menos sirven los encargados de ponerlos en marcha. Alertas, medidas, comunicaciones… que quizás valgan para aquello que llamamos normalidad, pero que en absoluto están preparados para esto otro que antes llamábamos 'gota fría', y que ahora es una superlativa explosión letal de agua, en daño creciente según se acelera el cambio climático. No sé cuántos negacionistas habrá entre los muertos de esta dana o entre los ciudadanos y los servicios de emergencia que los socorren en estos momentos trágicos. Pero sin duda la mayor negación que existe sobre la profundidad del cambio climático se produce entre quienes no actúan en consecuencia ni para tratar de revertirlo ni para intentar siquiera adaptarse a él.

Nos hemos hartado de criticar a las autoridades estadounidenses, cuando sucedió en 2005, por permitir aquella infinidad de infraviviendas que propiciaron que el huracán Katrina se saldara en Nueva Orleans por lo menos con dos mil víctimas mortales, muchas más de las que se habrían producido en otras condiciones. Hasta que hemos visto lo mismo en casa. Las mismas imágenes de la incuria, incluidas, como entonces en Estados Unidos y en tantos otros países del segundo mundo, las de los asaltos a las tiendas y a los supermercados, aprovechándose del dolor y la indefensión de los demás. Quizás lo que hoy se corresponde con un país como el nuestro, con catorce millones de personas excluidas o en riesgo de exclusión: muchas decenas de miles más a partir de ahora, con esta devastación inclemente. Eso sí, una vez producido el drama, con el toque de distinción que nos caracteriza: inconmensurable capacidad de sacrificio de los servicios y las fuerzas y cuerpos de seguridad; casi tan inconmensurable como la solidaridad de los ciudadanos anónimos. Ricos en solidaridad, pero nulos en organización. Expertos en curar heridas, pero absolutamente incapaces de prevenirlas. Siempre en las manos de Dios, ante la imposibilidad de estar seguros en las manos de quienes nos gobiernan.

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