Estrenamos apenas 2005 y él aún no se ha sentado oficialmente en la Casa Blanca. Pero sin duda ya podemos decir que con el nuevo advenimiento de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos hemos inaugurado un nuevo orden mundial. El atentado de ... Nueva Orleans, pero sobre todo el suceso de Las Vegas, son signos inequívocos de hasta qué punto la fuerza y la violencia, por encima de cualquier valor cívico, van a marcar este cambio de rumbo. La simbología no puede ser más clara: un todoterreno Tesla, de la marca del terrorífico Elon Musk, más conocido como Kekius Maximus (aquí Pepe la Rana), pilotado por un soldado del Ejército de los Estados Unidos, ardiendo frente a uno de los grandes hoteles del gallo Trump.
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Una épica del derrumbe de Occidente que, de manera asombrosa, se proyecta también en Asia, con el estado de shock en el que viven estos meses los coreanos del sur, tras los fallidos intentos de detención de su presidente, Yoon Suk-yeol, y los enfrentamientos entre su guardia de corps y la policía. Con sus vecinos del norte embarcados en una guerra, la de Ucrania, donde los rusos (o ellos mismos) asesinan a los soldados cuando quedan heridos e inútiles para el combate. Y todo ello bajo la vigilancia absoluta de China, el gran vigía de Oriente, que no termina de frotarse las manos con la llegada de Trump, porque sigue sin ver claro cómo puede aliviar su propia caída económica en el río revuelto de todas estas novedades geopolíticas.
Y con Europa, en pleno cambio de la presidencia de turno, más confusa que nunca. Atrapada y sola en la defensa de un sistema, la democracia, que tampoco goza aquí precisamente de su mejor momento. Además de los precios de la energía, subirán los precios de las armas, después de que Trump anunciara con claridad que los Estados Unidos exigirán a sus socios de la OTAN que contribuyan a su defensa de una manera mucho más clara. Todo eso en vísperas del 'final' de una guerra de Ucrania que en 2025 veremos cerrar de manera diplomática, si bien con consecuencias verdaderamente inquietantes para los socios europeos que sufren su frontera con Putin. El tercero en discordia, junto a Trump y Musk, que estas navidades ha derrochado caviar y champán para brindar por la coyuntura. Oligarcas todos, ellos verán hasta dónde pueden fiarse los unos de los otros.
Nada de eso, sin embargo, parece tener la más mínima incidencia en el país en el que vivimos. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, que le decía Humphrey Bogart a Ingrid Bergman en el París de 'Casablanca'. Y si no nos enamoramos, por lo menos nos vamos de fiesta. 2025 se inaugura con subidas de precios de la energía, con aumento de la edad de jubilación y con una ristra de casos en los tribunales relacionados con el Gobierno que no van a dar tregua. Pero las portadas las acaparan los cinco mil espartanos que, desafiando al frío, han decidido prolongar la fiesta de Nochevieja hasta la noche de Reyes, en un lugar de Ciudad Real de cuyo nombre no quiero acordarme. Frente a toda ley y frente a todo viso de cordura. Y caiga quien caiga, incluso aunque lo que caiga sean chuzos de punta, en un concepto que no se sabe muy bien si es de culminación de la era del esperpento o de celebración del principio del fin del mundo… Para que nos pille bailando, como dice Sabina. No está mal. De vivir, seguro que estas fiestas Ernest Hemingway habría abandonado una vez más la tierra del patriota Trump para instalarse de nuevo entre nosotros. No en Cuba, por lo del desabastecimiento, sino en España. Y hasta las últimas consecuencias. Inasequibles al desaliento.
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