El juez,Manuel García Castellón. Carlos Espeso
El avisador

Extrarradios

«¿Cómo vamos a poder distinguir entre los suburbios y las grandes avenidas de nuestra democracia? Si alguien sale de verdad lesionado en esta pugna, ésa es nuestra convivencia»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 27 de enero 2024, 00:34

No es el único, pero sí el único con mayoría suficiente como para no tener que callar y otorgar. Por primera vez ya sin ambages los socialistas se han echado encima de su compañero de filas Emiliano García-Page. Por decir lo que piensa, que ... es lo que piensan la mayoría de los españoles: que su partido camina por el extrarradio de la Constitución. Claro, que no habría sido lo mismo si lo hubiera dicho después de inaugurar un pantano que tras posar en una fotografía con tres presidentes regionales del PP. Tres de los rebeldes implicados en la conjura de la EBAU. Un reto, el de promover la igualdad de los estudiantes ante el acceso a la Universidad, que no será sencillo, tal es el desmadre de los currículos y, sobre todo, de los niveles que hemos alcanzado en nuestra tan mal entendida pluralidad.

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Rebelión en las aulas y revuelo en los juzgados. Porque con el poder judicial en la trinchera, desde el extrarradio de la judicatura suena de nuevo la voz tonante del juez García Castellón. Tan tonante que está condicionando hasta la última línea la propuesta del texto final de esa ley de amnistía que el Parlamento perpetrará el próximo martes. Si al extrarradio constitucional del Gobierno para acogotar a los jueces le sumamos extrarradios jurídicos como éste, ¿cómo vamos a poder distinguir entre los suburbios y las grandes avenidas de nuestra democracia? Si alguien sale de verdad lesionado en esta pugna, ésa es nuestra convivencia. «La concordia fue posible», reza la lápida de Adolfo Suárez en la catedral de Ávila. Pero hace ya tanto tiempo que lo hemos olvidado.

Dicho todo esto, y puestos a fomentar la política de arrabal, no debe saber todavía (porque sonríe) la que se le va a venir encima al prófugo de Waterloo en cuanto salga aprobada por el Parlamento español la ley que le redime. Cuando Puigdemont entre escoltado, en lugar de esposado, en Cataluña, no creo que el presidente Aragonés suba con él al balcón de la Generalitat para que diga, como Tarradellas, aquello de «Ja sóc aquí». Pero si lo hiciere, sería difícil distinguir los tomates que le tiren los contrarios de las piedras que le lancen los propios, acusado y condenado por haber dado el golpe de gracia al nacionalismo en beneficio propio… y en favor de la unidad nacional de los españoles, sosteniendo su gobierno, como con tanto acierto ha dicho Pedro Sánchez.

Tampoco sabemos cuánto podría tardar la policía, una vez amnistiado el perseguido, en detenerlo en su misma casa, con el auto de un juez que le quiera llevar al banquillo por cualquiera de los muchos delitos que la amnistía es incapaz de abarcar. Porque si el que hace la ley hace la trampa, el que la interpreta no siempre es inocente. Y a Puigdemont, al final, le ocurrirá lo que a Rubiales o a Al Capone, que terminará siendo juzgado por el menor de sus pecados: un piquito terrorista, por unificar el lenguaje jurídico de estrambote de tirios y troyanos.

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En la batalla, empero, ya no desde el extrarradio, sino desde los bulevares del gran capital, la acción conjunta de Sánchez y García Castellón no es lo único que tiene que temer el independentismo menguante. Madrid contraataca también con el fútbol, y no solo mete al Atlético en semifinales, sino que aúpa al Real Madrid hasta el primer puesto mundial de ingresos por equipo, desbancando al Manchester de Guardiola. Ajuste fino. Tal vez si Pep, en vez de a entrenar, se hubiera dedicado a la política, como insinuó en su momento, otro gallo les cantaría a los prófugos, a los espiados, a los tan falsamente encumbrados como en realidad capitidisminuidos botiflers del esperpento catalán. Dios los coja confesados. A ellos y a nosotros.

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