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Esvásticas en la iglesia de El Salvador

«A los exiliados y a los perseguidos por las dictaduras, o por las tiranías vestidas de lagarterana, no les gustan nada las esvásticas. Les recuerdan demasiadas cosas, más allá de las películas de cine»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 28 de octubre 2023, 00:29

Los nigromantes de las tormentas dicen que esta tarde la alfombra verde no se mojará. Así que podremos ver a Charlotte Rampling, impecable, recibir su Espiga de Oro sobre las tablas del viejo Calderón. Más que en la calle, o en la alfombra, el personal ... se ha pasado buena parte de estos días en los cines. La lluvia no ha podido deslucir una semana donde los de aquí, además de tratar de conciliar la vida familiar y laboral con la cinematográfica, nos hemos dedicado a recibir y a mostrar la ciudad a los de allá. Siempre con la misma sensación de asombro verdadero que dicen sentir los que pisan por primera vez Valladolid.

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Ejerciendo esta labor de cicerone, me gusta siempre pasear un rato por el espacio que los propios vallisoletanos eligieron en una encuesta como el más querido y representativo de su espíritu: el pasaje Gutiérrez. Ese lugar donde es posible lo mismo admirar las proporciones de Mercurio que tomarse un gin-tonic sentado en una mesa con máquina de coser. Algo que me tocó hacer (lo de admirar a Mercurio) esta semana, acompañando al escritor Javier Moro y a Lilian Tintori, la esposa del líder venezolano Leopoldo López, y la protagonista de su novela. Una visita que no tardó mucho en entrar en el territorio de la fascinación, como de ordinario sucede. Sobre todo después de la primera ronda de riberas del Duero.

Una fascinación, empero, que tuvo un momento poco honroso cuando los paseantes, después de salir de nuestro petit Bruxelles particular, topamos de bruces con una esvástica (luego han resultado ser dos), de tamaño 'king size', pintada sobre el muro de la iglesia de El Salvador. A los exiliados y a los perseguidos por las dictaduras, o por las tiranías vestidas de lagarterana, no les gustan nada las esvásticas. Les recuerdan demasiadas cosas, más allá de las películas de cine. Inútil explicar que el que pintó ese símbolo no es (o sí) un ciudadano del común. Ni mucho menos un historiador de los que suelen recordar que este símbolo lo emplean las culturas orientales desde hace por lo menos siete mil años. Inútil argüir que el autor de la fechoría es un descerebrado que interpreta, siguiendo las corrientes europeas, que el conflicto de Israel se salda a favor de los musulmanes y en contra de los judíos colocando la esvástica del odio sobre las paredes de una iglesia católica. La esvástica de Hitler, ¿convertida en emblema de la causa Palestina?

La Seminci se agota mientras el conflicto de Oriente Medio se ensancha. En Gaza, la penetración terrestre ya es media realidad. Y en el Líbano, las milicias de Hezbolá, el Partido de Dios, se preparan para dar su opinión a través de las armas, al tiempo que los americanos bombardean posiciones de Irán en Siria. Y que en Valladolid pintan esvásticas, destrógiras y antisemitas, en las paredes de un monumento de la ciudad. No estamos bien.

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Lo decía, por cierto, Javier Moro: la tiranía de Venezuela se terminará cuando Ucrania venza a Rusia, que la financia. Es decir, cuando las propuestas de las llamadas democracias occidentales se impongan a las del que los americanos denominan como «eje del mal». Largo me lo fiais, porque a nadie se le escapa de qué lado se ha ido inclinando en los últimos años la balanza que sopesaba democracias versus totalitarismos. Esperemos que el que salga este fin de semana a darse una vuelta por Valladolid con Charlotte Rampling no incluya en su itinerario el paso por la plaza del Salvador. No creo que a la actriz le agrade volver con la memoria a aquella habitación del hotel de Viena donde Dirk Bogarde trabajaba como portero de noche. Y donde escondía su chaqueta parda, adornada con la esvástica de todas las tiranías y todas las barbaries.

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