![Del estar bien en el malestar](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/04/28/1464870204-kv1E-U200175743339DGH-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Treinta y nueve grados en abril. La lluvia que llega con cuentagotas. Y las guerras, las de verdad, como las de las tribunas de oradores, que siguen sin dar tregua a la calorina. Qué tristes las no declaraciones de Lula da Silva en España sobre ... la guerra de Ucrania. Qué duro comprobar de qué manera Europa tiene cada día menos aliados fuera de la OTAN. Y qué decepcionante su partida dejando claro que, soflamas demagógicas aparte, lo único que tenemos que compartir con los hermanos del otro lado del Atlántico es la miseria.
La miseria, que por aquí, como por allá, sigue aflorando en forma de aumento de las colas del hambre, de desabastecimiento (y hasta de robo) de bancos de alimentos, de parón en las adquisiciones de viviendas, de retraso definitivo en la edad de emancipación de los jóvenes. Las vergüenzas de la realidad de la vivienda pública, que se descubren una vez más al hilo de una nueva ley con agujeros. Y las tribulaciones de los economistas, que ya no son capaces de explicar nada. Especialmente la espiral de pobreza creada por la alineación perversa entre la inflación y la subida de los tipos de interés. No terminan de aceptar el fracaso.
Y treinta y nueve grados en abril. El adelanto, por lo menos en mes y medio, de la campaña de regadíos. Y la promesa de una cosecha pírrica: más estrés para el IPC y la cesta de la compra. De nuevo la dolorosa polémica sobre los trasvases, en el cierre en seco del mes de las aguas mil. Nada que no se pueda enmascarar con los brillos de las últimas tendencias en los trajes de flamenca de la Feria de Abril. O con los lunares de las últimas cifras del paro, que siguen consignando máximos históricos de empleo, y hasta decenas de miles de puestos de trabajo en oferta, que nunca se llegan a cubrir.
Tampoco en eso los chicos de los números saben ya qué decir.
Llevamos veinte años desmontando el estado del bienestar, dijo el martes en Valladolid Jordi Sevilla. Y seguimos preguntándonos cómo lo justificamos. Pero siempre lo justificamos. Frente a las intemperies, las viviendas fantasmas del Sareb. Frente al calor, las playas, las terrazas de verano y las cifras del turismo. Un turismo, por cierto, que cada día se parece más al de Túnez o al de Dubai: oasis de cuatro estrellas en medio del secarral. En mitad de un monte prematuramente agostado que se dispone a sufrir una nueva campaña de incendios peor aún que la del año pasado.
Al final, a todo se acostumbra uno. Incluso a estar bien en el malestar. A que los dos tercios de la población que trabaja, con sueldos que no alcanzan el fin de mes, asuma con naturalidad que debe sostener al tercio que le falta sin posibilidad de redención.
Y sumamos treinta y nueve grados en abril, con las fotos de los alegres y sufridos caballos del sur en remojo permanente, para no reventar del calentón. Es sencillo. Solo hay que saber mirar al lado adecuado para quedarnos con lo más brillante de la feria. Y sudar, que adelgaza.
«Si una sociedad libre no puede ayudar a sus muchos pobres, tampoco podrá salvar a sus pocos ricos», dijo John F. Kennedy. En España nos empeñamos en quitarle la razón. Suben los ricos y suben los pobres. Y aunque en el cómputo, por la cosa evidente del porcentaje, la inmensa mayoría estemos peor, nada nos quita la alegría. La fe en la cerveza fría a la sombra, en un velador. En pleno abril preelectoral, con la demagogia en alerta máxima de incendio. Y la energía en pendiente de bajada, para darle un poco de alegría al aire acondicionado. El que no se consuela es porque no quiere.
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