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Terrorismo y amnistía se escriben igual en gallego que en castellano. No así en catalán, donde a la amnistía le falta el vigor de la tilde, y el terrorismo tiene su propia terminación: «terrorisme», como si se tratara de miedo sin género. Son cosas de ... la lengua, esa materia dúctil que en este segundo decenio del siglo XXI hemos aprendido a manejar sin límites. El caso es que en Galicia, como en Cataluña o en Castilla y León, el dardo de la palabra ha provocado un hecho insólito en nuestra azarosa vida parlamentaria: el terrorismo, con o de García Castellón, ha detenido por un minuto a la 'amnistia', sin acento ortográfico ni norte ni definición. Y en medio de la liza, otra vez en elecciones.
Vivimos en un país asimétrico, en el que cualquier lógica política se diluye frente a los intereses electorales de la ocasión, que son un rayo que no cesa. Así que del mismo modo que en Galicia ahora lo único que parece que importa es cómo quede o no quede el panorama nacional tras las elecciones, en el panorama nacional lo único que parece que importa es cómo quede o no quede Galicia después de que voten los gallegos. Por no hablar de la inquietud ya casi urgente de las elecciones catalanas del próximo año.
La palabra terrorismo le ha puesto un coto momentáneo al despliegue de la amnistía, sí. Pero no hay que hacerse ilusiones. Ni el gesto compungido del presidente del Gobierno ni el ademán impasible de su accionista, el prófugo de Waterloo, son otra cosa que muecas de vodevil. La línea roja del terrorismo, como todas las líneas rojas que definen a los gobiernos de amalgama, hace ya mucho tiempo que se decoloró. Ahora ya no se sabe si en vez de roja es rojiverde, como los colores del PNV, o definitivamente verde, como el de Bildu. Por mucho que los tres, los nacionalistas y patriotas vascos y el obrero español, se dediquen al blanqueo, aprovechando el empuje de Junts.
Así que mientras Sánchez y Puigdemont siguen puliendo vocabulario democrático, Feijóo toma un respiro para dedicarse a lo que le conmueve, que son las elecciones gallegas. Porque a Feijóo, que nunca termina de saber muy bien por dónde le viene la ola, ya le han vuelto a hacer la envolvente, sentándole frente al espejo gallego para convencerle de que todo intento de desalojar a Sánchez de la Moncloa es un espejismo. Hace unas semanas, cuando Feijóo se miraba en el cristal, lo que descubría era un rostro que no era el suyo, sino que tenía más bien los rasgos entremezclados de esa sombra que le acosa y que se llama Santiago Abascal. Sin embargo, desde hace unos días, lo que muestra el espejo es un rostro cansado. Agotado de llevar a cuestas más que una sombra lo que cada día empieza a parecerse más a un cadáver en descomposición.
La sequía hídrica se come Cataluña. Y la política, España entera. Si sale adelante la 'amnistia' de Junts, el terrorismo dejará de ser delito, y la sangre roja podrá pasar con gran facilidad por savia verde. Y si sale la 'amnistía' del PSOE, el lío empezará, como con la ley del sí es sí, por saber cuántos delincuentes de variado cuño empezarán a quedar libres para festejarlo en casa. Susto o muerte. Pero nada, en todo caso, que no pueda resolver una nueva edición del Consejo General del Poder Judicial, que verdaderamente eso sí que es lo único que parece que le preocupa a Europa sobre nuestra salud democrática. Aprovechando que los tomates españoles son una porquería, como dice la xenófoba Ségolène Royal, era para poner en marcha una tomatina nacional. Con sangre de tomate, eso sí, para ver si de una vez las líneas rojas recobran la color.
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