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Solo tengo dos manos». Eso le espeta el camarero, cuya edad frisamos abordando los cincuenta, a uno de mis contertulios, en una terraza en el centro del centro de Valladolid, después de esperar veinte minutos a que nos atiendan. El camarero esta solo para una ... terraza de no menos de veinte mesas. De no menos de cien personas. Pero no pasa nada, más allá de que nos trae bebidas que no hemos pedido, y de que rompe tres copas y un cenicero en el tránsito entre la cafetería y los veladores. Así que decidimos cambiarnos de local. En el siguiente, ciudad adentro, el panorama varía, pero no mucho. «Solo tengo dos manos» (sic), le dice ahora la nueva camarera, con inequívoco acento del este europeo, al mismo contertulio, después de esperar quince minutos entre que nos sirven una tortilla y nos traen los tenedores. Solo tiene dos manos, en efecto, esta muchacha que ronda los veinte. Y que tiene alrededor de cincuenta personas para servir ella sola.
Ninguno de los dos camareros ha leído, estoy seguro, la noticia de la semana: el descenso espectacular del paro en el mes de junio. Aunque quizás los dos saben, sin conocer las cifras concretas, que en España aumentan los turistas al ritmo que decrece el número de personas que quieren trabajar en la hostelería. 32.000 camareros menos desde 2019, según Comisiones Obreras. Normal que nadie quiera ser camarero con estas condiciones, dice otro de los contertulios, mientras recibimos los tardíos tenedores.
«España va bien», dice el presidente Sánchez, que tiene unas cuantas manos auxiliares más que los protagonistas de esta historia. Con el mismo entusiasmo con que lo decía el presidente Aznar en 2004, antes de que viniera el 11-M y la burbuja le estallara en las manos a su sucesor, el presidente Zapatero. Pues claro que va bien, sobre todo después de la victoria de la selección y su clasificación para semifinales. Mira, mira cómo les va a los alemanes. ¡Pues anda, que a los ingleses! ¿Y a los franceses? ¿Y a los griegos, que han vuelto a la jornada laboral de seis días…? Si tuvieran cuatro manos, o un ratito para comentar con nosotros, los camareros de las dos terrazas de Valladolid seguro que pensarían lo mismo. Los dos tienen trabajo. Y aunque el informe de la plataforma European Anti-Poverty Network (EAPN) les incluya, a pesar de ser trabajadores, entre esos 9,7 millones de personas que están en riesgo de pobreza y exclusión social en España, sin duda otros están peor. Uno (intuimos) puede seguir cotizando y viviendo en casa de su madre sin temor a desahucios. Y a la otra (colegimos), si no le gusta la habitación compartida del piso compartido en el que vive, siempre puede cambiar de barrio. En España hay trabajo y el sol sale con alegría cada mañana. A veces hasta en demasía, según el cuadrante de julio busca el cambio climático.
«La próxima, la pago yo», dice otro de los llamados a la cena del viernes de Eurocopa. Bien puede, y hacemos el cálculo: con su pensión máxima y el plus de la empresa, gana el doble que el camarero y la camarera juntos, y sin necesidad de ir a trabajar. «Que lo he cotizado, ¿eh?». Y, además, nos hace ver con un ejemplar atrasado de El Norte de Castilla entre las manos: en un decenio en Castilla y León hay el triple de ricos. Pediríamos otra ronda, pero con un solo camarero rompiendo copas u olvidando tenedores, igual tardan otra media hora en atendernos. ¿Que el trabajo de estas personas que nos sirven es, sencillamente, inhumano? ¡Qué más da! Con el triunfo de España, les hemos alargado, y gratis (para ellos). Por lo menos un par de horas más la jornada. Sin duda hay motivos para beber. Incluso para darse a la bebida.
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