Como el calor ya no le pertenece en exclusiva, sabemos que entramos en el estío por los encierros. Atropellos, aplastamientos, cornadas, testosterona, y el filo de la muerte manifiesto en los cuchillos del toro. Desde el principio de julio, en San Fermín, hasta el final ... de agosto, en Cuéllar. Y mucho, mucho alcohol. Sangre y sangría. El sabor primigenio de esa fiesta española que nos mantiene, en nuestra barbaridad, como referencia universal del vivir al filo mismo de la vida. Lo antimoderno como respuesta al derrubio universal de la posmodernidad.

Publicidad

Cosas que no cambian, aunque las vistas de lagarterana. O de plexiglás. Sean los bramidos cibernéticos de las motomamis de Rosalía o el nuevo circo de Ibai Llanos, a saber: mucha Estopa y algo Rosariyo, un repicar de boxeo, youtubers y monstruos de barraca del tipo Belén Esteban o Gerard Piqué, a falta de bomberos toreros. «Toxicidad, fuera; mala vibra, fuera. ¿Me llamas gordo? Te doy la mano». Fiesta, fiesta y fiesta, con el bárbaro Hemingway tirado por cualquier esquina. Borracho y feliz.

El inicio jaranero de un largo y cálido verano en el que, además de toros, por las calles de España trotan y exhiben su trapío políticos de todos los encastes imaginables. Lejos de hartazgo, lo que siempre termina habiendo aquí es lío, espectáculo. Tensión y hasta ansia viva por conocer el desenlace. Antes que apaciguado o manso, ese animal político inigualable que es Pedro Sánchez (resistente, renuente, resiliente, persistente, insistente, recalcitrante) se ha echado a correr entre talanqueras dispuesto a dar juego en la arena hasta el último minuto. A pesar de que todos (menos él) le habían dado por muerto. Y a su rebufo, sin saber muy bien hacia dónde ni por qué, corren todos los demás.

En San Fermín, lo que se ganó por San Ireneo el 28-J ya no parece tan claro. Entre carrera y carrera, el encierro a dos del lunes será un bonito paripé de bipartidismo en una pelea en la que los que deciden son otros. Además de las palabras sanchismo y ultraderecha, repetidas hasta la náusea, escucharemos de labios de los dos aspirantes promesas que nunca se cumplirán.

Publicidad

Porque los programas de los peces grandes se los comerán esos otros peces chicos que los tutelan, los parasitan. Casi se diría que los sodomizan. Ese tercero o ese cuarto (¿quién será menos perezoso a la hora de dejar un rato la fiesta para ir a votar?) de los que Sánchez y Feijoo dirán que gobernar con ellos no les dejaría dormir tranquilos, para dejarles entrar en su cama al día siguiente. Y sin pijama. He aquí el dilema estival: votar por miedo o votar por asco. Votar pensando en quien se vota o votar pensando en su excrecencia. Apostar por el rey o por el valido. Por el Califa o por el gran visir Iznogud.

Mientras esperamos a comprobar quién gana, si la España de extrema necesidad, libre y valiente de Vox, o la España de la revolución de los cuidados y la herencia universal de Sumar, el único encierro que no terminamos de ver es el del prófugo de Waterloo, que de un modo y otro siempre termina entrando en campaña.

Publicidad

Otro animal político, Puigdemont, que ya no sabemos si es un toro en tablas o una recurrente serpiente de verano. Un ejemplar, en todo caso, que nos vuelve a dejar año tras año con la miel en los labios, imaginando la escena de su detención: el agente conduciendo suavemente su cabeza para que no se lastime al entrar en el coche del Cuerpo Nacional de Policía. Como si se tratara del mismísimo Rodrigo Rato. Entre vibras y motomamis, el rayo que no cesa de una España que solo sale de una fiesta para entrar en otra.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad