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No se pierde un telediario, el ministro Albares. Pero si como primer diplomático del país es tan poco efectivo como cuando trata de explicar a los ciudadanos lo inexplicable de buena parte de la política exterior de nuestro país, estamos fritos. Con las tropas israelíes dispuestas a entrar en Líbano ... por tierra, cansadas ya de dar tralla por el aire (y por los aparatos tecnológicos), la posición de cabeza de España al exigir la creación de un estado palestino parece poco menos que extemporánea, por no decir contraproducente. La fragilidad de Hezbolá y, por ende, del Líbano, solo es comparable al grado de encalabrinamiento del soberbio Netanyahu, al que nada ni nadie parece capaz de convencer para que detenga la matanza, la locura y los crímenes de guerra.
Pero no son los israelíes los únicos enfadados con los españoles. Los mexicanos también lo están. La caricatura de que sean representantes de Podemos, Bildu y Sumar los que acudan, como delegación española, a la toma de posesión de la nueva presidenta, Claudia Sheinbaum, es fruto, sin duda, del grado de insania y de corrupción de otros de los grandes cánceres de la política mundial, el inconmensurable López Obrador, pero también de la incapacidad de nuestra diplomacia para manejar adecuadamente la situación. No están frente al Gobierno algunos de los propios socios del Gobierno en la cuestión de Israel, pero vergonzosamente sí lo están, y con descaro, en la de México. Hacen piña con el Presidente por ejemplo cuando le insulta, una semana sí y otra también, el descosido Milei desde Argentina. Pero tartamudean cuando les preguntan por qué seguimos poniendo paños calientes a la hora de validar a Nicolás Maduro como ganador de unas elecciones que a todas luces perdió por goleada. Podríamos hablar también de la política exterior con Marruecos, Argelia y el antiguo Sáhara español, pero ése es otro arcano. Pegasus lo sabe y algún día igual lo sabremos los demás. O no.
En la contra del Gobierno desde el propio Gobierno, la última blasonada de Rufián: «¡Viva México, cabrones!» (se le olvidó el «que» que va por delante) como toda respuesta a la crisis diplomática. Nada de extrañar cuando todo en España, empezando por los presupuestos, pende del hilo de las relaciones del Partido Socialista con sus socios nacionalistas catalanes. Pedro Sánchez sigue recibiendo, uno a uno, a los presidentes de las comunidades autónomas, y todos, excepto Illa, salen con la misma frase en la boca: «Y entonces, ¿qué hay de lo mío?» La razón de la sinrazón que a mi razón se hace. Nada que no pueda leerse en la cara de vinagre de la vicepresidenta Montero, como le recuerda la oposición, cada vez que los socios de Gobierno tumban una ley o una proposición de ley del propio Gobierno.
Con su mejor sonrisa, cada semana el Presidente anuncia, como un nuevo Joe Rigoli, que él «sigue». Y apela a los datos de la macroeconomía (previsión al alza del crecimiento del PIB, caída de la inflación…), como si tuviera a Montoro en vez de a Carlos Cuerpo, como ministro de Economía. Y a pesar de los datos abrumadores de la economía micro (los sueldos, los precios de la vivienda, el aumento de la pobreza…). España va bien, nos dice, porque lo aprendió del presidente Aznar en los peores tiempos de su reinado. Va bien como bien va Venezuela, que vuelve a producir petróleo a tutiplén para que la gasolina del mundo se perpetúe. O Cuba, que va mejor que nunca, a pesar del último informe sobre los balseros que abandonaron la isla en los dos últimos años: 850.000, casi el 18% de la población, según los Estados Unidos… El río está revuelto, 'ma la nave va', dice cada semana el capitán de nuestra barca. Y uno acaba por acostumbrarse. A eso como a todo. Seamos diplomáticos.
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