El humo de los incendios forestales canadienses envuelve los edificios cercanos a Central Park, en Nueva York. Efe
El avisador

Desastres naturales

«Los incendios desbocados de Canadá, haciendo irrespirable el aire en Nueva York, como en las películas de catástrofes. Las aguas de la presa de Kajovka, desparramadas en una extensión equivalente a la de la provincia de Ávila, como en las películas cutres de hazañas bélicas. Escenas de una guerra que perdemos todos día a día. ¡Qué malversación de recursos!»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 10 de junio 2023, 00:48

Las vacas, que se sepa, no ven la televisión. Tampoco usan las redes sociales. Eso se lo dejan a las cabras. Pero si las vacas tuvieran inquietudes audiovisuales, seguro que estos días se habrían llevado las pezuñas a la cabeza ante las imágenes de esos ... desastres naturales que con tanta aplicación propiciamos los seres humanos. Los incendios desbocados de Canadá, haciendo irrespirable el aire en Nueva York, como en las películas de catástrofes. Las aguas de la presa de Kajovka, desparramadas en una extensión equivalente a la de la provincia de Ávila, como en las películas cutres de hazañas bélicas. Escenas de una guerra que perdemos todos día a día. ¡Qué malversación de recursos! Menos mal que las vacas tampoco leen las páginas de campo de El Norte de Castilla, y desconocen por tanto los precios del cereal. A falta de mejores pastos, prefieren seguir mascando la tragedia, mientras dure el forraje.

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Las cabras son otra cosa. Las cabras, que están todos los días dale que dale con sus teléfonos inteligentes, se muestran a la sazón inquietas, nerviosas, desasosegadas. Y no solo por la proximidad del verano, con su esperanza de irse de vacaciones al mar o a la montaña. Sino por lo que pueda pasar con los gobiernos de todo tipo en este monte revuelto de pactos, no pactos y precampañas. Las cabras, que además de prodigarse en las redes sociales suelen ver también la televisión, confiesan estos días que aún no han terminado de digerir el resultado real de unas elecciones cuando se disponen a afrontar otras, con el horizonte todavía más confuso.

Las cabras, aunque bizqueen (o precisamente por eso), dicen tener ganas de sentarse de nuevo delante de una pantalla para ver un debate con cámaras entre el presidente en funciones y el líder de la oposición. No porque necesiten aclarar sus ideas ni afinar su intención de voto, sino porque a las cabras, que están como cabras, lo que de verdad les gusta es el show. No les interesa elegir a un buen pastor, sino que prefieren más bien que les gobierne otra cabra, digna representante de la condición de cabra de sus representados. Así llevan años, optando siempre por las más cabras entre las cabras, con tal de que sean fotogénicas. Y las quieran las cámaras de televisión.

Las vacas pasan. Pero las cabras verdaderamente están como locas debatiendo por las redes sociales no solo sobre el perfil de los candidatos a presidente, sino también (susto o muerte) sobre si en unas semanas volverán a tener en el Congreso de los Diputados a Cayetana Álvarez de Toledo y/o a Irene Montero. Porque a las cabras, que ya estaban de aquella manera antes de que su país fuera regido por pollos sin cabeza, ahora sí que tienen lío. Unas dicen de movilizarse. Otras de votar por correo antes de irse de vacaciones. Otras de estudiar a fondo las posibilidades de recurrir en caso de que les toque mesa electoral. Y otras, no sé si las más o las menos cabras, están en ascuas por saber qué va a pasar en su pueblo, en su ciudad o en su comunidad, antes de volver a pensar en qué puede pasar en su país, el reino de las cabras.

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Lo llevan en su ADN, las cabras, aunque no lean a Cervantes. Antes que en el asesamiento, prefieren quedarse en el teatrillo de «la razón de la sinrazón» que a la razón se hace. Ignorando (o no) la segunda parte de la frase de Don Quijote: «De tal manera mi razón enflaquece, que con razón me quejo de la vuestra fermosura. Mientras las vacas lo rumian, las cabras se vuelven locas ante tantos desastres naturales. Uno detrás de otro, sin solución de continuidad. Por más que solo llueva sobre las ferias del libro.

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