![Democracia y guerra](https://s1.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/11/24/1474429677-kmfC-U210824887280OAF-1200x840@El%20Norte.jpg)
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Se acabaron las risas. Primero cuando le colocaron un vídeo sobre las matanzas de Hamás como aperitivo a su reunión con Netanyahu. Más tarde, cuando le llevaron a visitar la casa 507 del kibutz Beeri, convertida en el nuevo santuario del martirologio israelí. Pero ... sobre todo cuando el propio Netanyahu le advirtió, mientras detenían al director del Al Shifa por haber encontrado un túnel fortificado debajo de su hospital, que Hamás son «los nuevos nazis» y que si salen victoriosos de aquí intentarán destruir Oriente Próximo y después Europa. Entre otras cosas porque «odian nuestra civilización libre y quieren destruirla».
En la esforzada severidad de su rostro, Pedro Sánchez no llevaba necesariamente la postura de Europa en su condición de presidente de turno. Pero sí, al menos, la posición consensuada con la serie B de su gobierno de progreso. A saber: que los niños muertos se han de contar al peso, y, por lo tanto, España ha de situarse sin fisuras del lado de Palestina. Lo que no le sirvió para mucho, ya que antes de regresar a España se enteró de que Ione Belarra le había acusado de «blanquear» a Netanyahu. Nadie está contento, y el rostro del presidente, máscara o espejo del alma, no ha sido sino un poema. El poema que ilustra lo que sucede cuando las musas bajan al teatro del mundo. Y dejan de enredar y de reír.
Fue Esquilo el que dijo que la primera víctima de una guerra es la verdad. Y en las guerras nuestras, como en las de nuestros antepasados, al lado de la verdad y de la población civil, también los primeros en caer son siempre los valores que perseguimos desde tiempos de los atenienses, en especial la democracia. En guerra no hay democracia. Y verdaderamente resulta difícil saber qué podemos hacer en España, en Europa y en el mundo, desde nuestra «civilización libre», para detener una guerra como la de Israel.
Sobre todo en un momento tan globalmente reaccionario como el que vivimos. Un mundo en el que Javier Milei, en Argentina, confiesa que accede al poder «no para guiar corderos, sino para despertar leones». Una Europa en la que el nuevo primer ministro de los Países Bajos, Geert Wilders, asegura que «Holanda está en manos del terror que la escoria marroquí impone en las calles». Y una España, por último, que frente a esa cara internacional de mediador en el que no confía ninguna de las partes, esconde su propia pelea por salvaguardar los principios de la democracia en casa, en el fragor de una guerra entre los intereses nacionales y los espurios.
Una guerra de guerrillas que ha terminado llevando la confrontación gobierno-tribunales hasta las mismas instancias de vigilancia de la UE. Alemania ya ha dicho que no entiende en absoluto la justificación de la ley de amnistía. Y el comisario europeo de Justicia, Didier Reynders, asegura que vigilará «muy de cerca» el texto, en cuando terminen las alegaciones. Vendaval aparte de esas víctimas civiles que ya se anuncian en la pugna entre la Asociación de Fiscales y el fiscal general del Estado por la amnistía, o en la anunciada caza de brujas (ahora lo llaman 'lawfare') para aquellos magistrados que en su día aplicaron la ley en el 'procés', tal como especifica el acuerdo entre PSOE y Junts.
Un conflicto que está en la calle, y que no deja un solo día de minar las bases de nuestros principios democráticos. Que nos aleja de la Europa de Francia y Alemania y nos acerca a la de Hungría y Polonia, aunque sea con la máscara de los contrarios. Y que nos inserta peligrosamente en una deriva mundial donde la democracia, cada día que pasa, se parece más a un juguete roto que a un motor de la convivencia entre personas.
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