El avisador

Dame pan y llámame mena

«Son pocos los que creen de verdad en una Europa multicultural de puertas abiertas, por mucho que nos afanemos en distinguirnos de la barbarie de los Estados Unidos»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 27 de julio 2024, 08:26

Los llamamos menas, como esos pececillos plateados que se sirven en las frituras de algunas mesas del Mediterráneo. Pero no por que lleguen por mar, sino porque son menores de dieciocho años y desembarcaron desprovistos de la compañía de un adulto. Unos se embarcaron solos ... y otros perdieron a sus mentores en su odisea particular. Y porque el concepto europeo de lo que es un menor nada tiene que ver con el que se gasta en sus países de origen. Menas: menores extranjeros no acompañados, según el Real Decreto 557, de 2011. Triste acrónimo.

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Los llamamos menas y ellos vienen a nuestro país vestidos con camisetas del Real Madrid o del Barcelona, muchas veces destrozadas por la travesía inhumana. Y sueñan con ser Nico Williams o Lamin Yamal, que estos días se han dedicado a revolucionar Marbella después de haber revolucionado el fútbol europeo. Porque conocen la historia de los padres de Nico, que vinieron de Ghana y saltaron la valla de Melilla. O la de Lamine, que con cinco meses ya posaba en los brazos de Messi para una campaña solidaria de Unicef. Y porque tampoco les importa mucho que su perspectiva real, o por lo menos la más inmediata, sea la de trabajar en la hostelería ganando lo suficiente para ocupar media habitación en un piso compartido con otros soñadores. Contribuyendo a que las cifras del desempleo en España batan récords un mes tras otro, aunque la estadística los compute, por cientos de miles, como personas con trabajo y en situación de pobreza. Eso dicen los datos.

En Europa el asunto de los menas, en la punta de lanza de la inmigración, ha sido determinante para el crecimiento de la ultraderecha xenófoba. Ya lo fue en buena parte cuando el brexit puso a los migrantes como una de las causas principales de su desencuentro con el resto de sus socios. En realidad, son pocos los que creen de verdad en una Europa multicultural de puertas abiertas, por mucho que nos afanemos en distinguirnos de la barbarie de los Estados Unidos. En España, la reforma del artículo 35 de la Ley de Extranjería, en relación con los menas, ha sido el desencadenante de la inexplicable ruptura de Vox con el PP en los gobiernos regionales. Y esta misma semana lo ha vuelto a ser con la última debacle del Gobierno nacional, al que han puesto contra las cuerdas. Las consecuencias de estar en manos de un sujeto tan delirante y peligroso como Puigdemont, cuyo santo advenimiento enturbia un poco más, si cabe, el panorama de la gobernabilidad.

Además de los menas, que lo seguirán por los memes de sus móviles, la inmensa mayoría de los españoles disfrutará en unos días de la esperada imagen de la detención de Puigdemont, una vez ponga pie en suelo español. Una alegría que durará poco: lo que dure la última pugna entre un Tribunal Supremo todavía en formación y un Tribunal Constitucional más politizado que nunca. Con la propia sombra del presidente Sánchez en liza con el juez Peinado, a causa de la investigación por corrupción de su mujer. Más leña al fuego de un verano harto caluroso.

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Éste es el país con el que sueñan millones de menores y algo menos menores de media África y otra media Hispanoamérica. Porque el clima y la comida son buenos y porque, a pesar de todo, saben que se van a respetar más o menos sus derechos como niños y como adultos. Pero sobre todo porque éste es un país en el que hay fiesta y hay fútbol, para ricos y para pobres. Y ahora, con toda seguridad, medallas olímpicas, en ese París blindado que representa, mejor que nunca, a esta Europa abierta al mundo si bien cerrada en su corazón. Dame pan y llámame mena. Cuestión de puntos de vista.

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