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«Después de la comida, cuando por Occidente cae el sol, / melodías y cantos montañeses brotan de todas partes». Lo escribió Ho Chi Minh en ... la prisión china de Tsing Si, confiando en que además del sol, por occidente decayera en su tiempo la fuerza de las potencias colonialistas, y en que más pronto o más tarde conseguiría la independencia de su país, Vietnam. Como así fue. Estoy seguro de que no pensaba en estos versos el presidente Sánchez estos días cuando, de paso hacia China, rendía tributo en su mausoleo al líder vietnamita. Aunque sí pensaría, seguro que con preocupación, en lo molesto que se podía sentir el leviatán de Occidente, Donald Trump, por el claro gesto de acercamiento a China de un país como España.
Más allá de Vietnam, en su encuentro con Xi Jinping el presidente español ha decidido desafiar definitivamente al tirano estadounidense después de que éste advirtiera que arrimarse a China, en plena escalada de la guerra de los aranceles, era algo así como «cortarse uno mismo el cuello». Cortarse el cuello como alternativa, según sus propias palabras, a esa larga cola que hacen estos días los grandes líderes del mundo para «besarle el culo», tratando de aplacar su ira arancelaria. Cortarse el cuello o besar el culo del bufón, he ahí la cuestión que España (con el permiso de Von der Leyen) ha decidido resolver declarando a China como socio preferente de la Unión Europea.
Solo el tiempo nos dirá, o quizá nunca lo terminemos de saber, cuáles son las verdaderas intenciones del presidente americano en su empeño denodado por cargarse Occidente. Es difícil de creer que en su delirio pueda llegar a pensar en dominar el mundo como un nuevo Hitler, pero cuando se comprueba que en la misma semana que sube hasta el infinito los aranceles a los chinos aprueba el gasto de un billón de dólares en defensa, parece que estuviera empeñado en que lo creamos todos.
En medio de tanta quiebra y tanto pánico, al menos algunas cosas positivas (más allá del careto que se le ha quedado a Elon Musk al verse fuera del círculo íntimo del presidente) nos están dejando estos días las acciones grotescas de tan repugnante personaje. Empezando por el acuerdo, aunque sea a regañadientes, de los dos principales partidos del arco parlamentario español, y terminando por la unidad de acción de la Unión Europea; unas veces en bloque y otras por separado, pero siempre con los mismos objetivos: recomponer esa visión occidental del mundo, con los valores democráticos a la cabeza, que el socio americano tanto se empeña en demoler.
Fuera de casa, en la misma semana en la que Trump declaraba que España era un país menos seguro que El Salvador, y en la que la UCO relacionaba a Begoña Gómez con los desafueros del caso Koldo, a Pedro Sánchez sin duda se le pone mejor cara. Lo contrario, en cuanto él está de viaje, que le sucede a su todavía primera lugarteniente, María Jesús Montero, quien camina definitivamente hacia la nada, cada día más histriónica (siguiendo el imperante estilo trumpista) y cada día más sola en el seno del Gobierno. Los bostezos, esta semana, de su compañero Félix Bolaños, mientras ella intervenía en el Congreso, representan la imagen viva de lo gastada que está esta figura, con la que tan vanamente intenta su partido, por cierto, que regrese la mayoría socialista a Andalucía. Fea y baja política, que es el reflejo cutre y doméstico de lo baja y lo fea que puede llegar a ser esa política mundial que, desde Estados Unidos, se afana en mostrarnos no solo lo que está cayendo el sol de Occidente, como en el poema de Ho Chi Minh, sino lo que todavía nos puede quedar por caer. Todo el asco.
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