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Hay que ver de qué modo la actualidad internacional se ha metido en nuestros corazones, hasta el punto, casi, de hacernos olvidar los problemas domésticos. Todas las pantallas, todo el papel prensa e incluso el papel cuché lo monopolizan esta semana los sketches de opereta ... de Donald Trump, así como las variopintas respuestas a sus baladronadas. La ofensiva arancelaria del gallo amanerado ya ha chocado de frente con los dos países con los que comparte frontera. El «no lo queríamos, pero estamos preparados» de Trudeau en Canadá se complementa con el «nada por la fuerza, todo por la razón» de Sheinbaum en México; una astilla del palo podrido de López Obrador que, sin embargo, gana enteros ante el mundo con su calma chicha ante las agresiones del vecino.
A falta de lo que diga Von der Leyen cuando le toque declarar, y a mayores de Netanyahu, que reconoce a Trump como el mejor amigo de Israel, otra cosa es la 'respuesta', sin necesidad de aspavientos, de Xi Jinping, quien progresa adecuadamente en su intento de convertir a China en patria neo confucianista. Guerra sorda y aranceles selectivos para los productos estadounidenses, y de propina, una investigación en profundidad para Google, por violación sistemática de la ley antimonopolio. Confucio: el mismo que dejó escrito que «solo los sabios más excelentes y los necios más acabados son incomprensibles». Muy pronto iremos viendo quién es más sabio, o más acabadamente necio, o más incomprensible, en este nuevo duelo comercial de titanes.
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Mientras confucianismo y confusionismo se confunden en la alta política internacional, no podemos obviar que en casa también las fuerzas vivas se afanan en dar color local al despropósito. A falta de un Trump, siquiera de un Milei, en España parece ser que la cabeza visible de la derecha a la derecha de la derecha, Santiago Abascal, pugna con denuedo por un cierto liderazgo en el club europeo de los nuevos fascismos democráticos. Esa derecha montuna que crece en España casi tan deprisa como en la Unión, y que nos recuerda los tiempos en los que los ingleses eran más nazis que los nazis, hasta que se dieron de bruces con el sueño (nietzscheano, nada confucianista) de Hitler de crear un mundo de superhombres.
Más gasolina, en todo caso, para mantener a Sánchez, con sus pensiones, su salario mínimo, su jornada laboral y sus hermanitos dimisionarios al frente de esa izquierda que es cada día menos izquierda y más autoritaria. Yo no sé qué cuerpo se le habrá quedado al ministro Cuerpo después de perder el tour de forcé con la vicepresidenta. Pero sí sé la cara que se le está quedando al ministro Albares ante el desafío del revoltijo internacional. Albares, sí, ese que dice Carlos Robles que hace una «gestión decimonónica» de los Asuntos Exteriores de España, quizás por esas gafas finiseculares que nos recuerdan (sin bigote) a aquel ministro de Estado que lo fue tres veces de Alfonso XIII, y que se llamaba Pérez Caballero. No es de extrañar que en pleno discurso se le quedara dormido el embajador de España ante Bruselas, y lo haya tenido que cesar.
Nos queda, en todo caso, como a China, el recurso de la inteligencia artificial. Crear un avatar para que trabaje por nosotros y largarnos de incógnito a cualquier lugar sin cobertura de la sierra de Gredos. Con la Constitución Española, las obras completas de Galdós o las analectas de Confucio, el maestro que decía que el primero de los siete mandamientos del buen gobernante es «amar al pueblo, renovarlo moralmente y procurarle los medios necesarios para la vida cotidiana»; y el séptimo, «tener por objeto final la paz universal y la armonía general». Justo a lo que se dedican nuestros líderes. Más Kung Fu Tzu: «Un hombre sin virtud no puede morar mucho tiempo en la adversidad, ni tampoco en la felicidad». Ahí queda eso.
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