![Condescendencias](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/2023/03/25/aganzo-k1yE-U1909927809791sF-1200x840@El%20Norte.jpg)
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No hemos visto un mal gesto. Ni siquiera en el presidente del Gobierno, al ser interrumpido en pleno discurso por su censor. Recriminado por subir a la tribuna con un «tocho de papeles» en los que traía escritas las respuestas antes de que le hubieran ... sido formuladas las preguntas. Como si no se hubiera filtrado suficientemente el discurso de la moción. Lo que sí hemos visto, en esta función para todos los públicos del Congreso de los Diputados, han sido sonrisas, risitas, risas y hasta carcajadas de regocijo ante el espectáculo. Mohínes de ternura y carantoñas entre ministras. Fórmulas de cortesía rayanas en lo paródico. Y mucha condescendencia. Toneladas de condescendencia. Faltaba solamente que Walter Brennan hubiera doblado al ponente en las escenas de mayor desgaste físico, para darle mayor fuste a la comedia.
De no haber sido por la higa (eso que ahora llaman peineta, a falta de mejores referencias) del presidente Mañueco en las Cortes de Castilla y León, casi se podría decir que la política española se ha tomado una semana de cortesía, antes de seguir marcando posiciones de cara a las municipales. Y que lo ha hecho sin más desgaste que el del promotor de esta emotiva versión parlamentaria de 'El abuelo está loco'. Casualidad o no, el rebaje del tono en la cámara baja venía a coincidir en el tiempo con el rechazo de la Oficina de Patentes y Marcas del nuevo sello del empresario Rubén Lavandera 'Chorizo hijoputa rabioso', por «atentar contra las buenas costumbres». Nada de palabras malsonantes, al menos en esta semana de convivencia política intergeneracional.
Al cabo de la representación, no pocos han salido ganando. Ganan los ministros y ministras, los socios y socias del Gobierno, que cogen oxígeno en un momento de máxima discordia. Gana el principal partido de la oposición, que considera abierta la veda para lanzarse a degüello contra todo lo que se mueve a la derecha de su derecha, aprovechando el ridículo de los convocantes. Y gana sobre todo el candidato censor, que pone un broche de oro casi mítico a una de las carreras políticas más completas de nuestro tiempo. Además de sacar a la venta su discurso, ya en versión rústica ya con tapa dura. Daba verdadera gloria verle disfrutar, como si ese respeto, ese reconocimiento (en verdad esa condescendencia) para con él pudiera en algún momento ir más allá de estos dos días de ficción.
Otros, sin embargo, se diría que no ganan tanto. Los promotores del espectáculo, por ejemplo, que han vuelto a sentir, en forma de condescendencia (los estilos son los estilos), toda la animadversión que en su momento les mostró el partido que dirigía Pablo Casado. Y, en el otro extremo (tantas veces pienso, como Tamames, que en el mismo), las chicas de Podemos, que han sufrido esa misma condescendencia, por no decir ese desprecio, por parte de su ya definitivamente rival Yolanda Díaz, quizás la que mejor ha aprovechado el receso para preparar su próximo asalto al poder. La noticia es que volvemos al bipartidismo a velocidad de crucero. El matiz, que los mismos extremos que se tocan también se caen por su propio peso. Después de haber contagiado de populismo a los demás.
Hay quien me ha dicho, ya sin bromas, que considera la moción de censura de Tamames un hito que tendría que figurar en los libros de historia. A mí, qué quieren que les diga. Tanto como pensar en Walter Brennan o en los viejos chiflados del modelo Walt Disney, me ha dado por pensar en esos versos del 'Piyayo' de José Carlos Luna, que tan bien retratan la falsa condescendencia de los españoles de todos los tiempos: «¡A chufla lo toma la gente! / A mí me da pena / y me causa un respeto imponente».
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