Se encontraba vacante la diócesis de Valladolid en 2010. Llegaba la Semana Santa y la ciudad no podía quedarse sin un pastor en sus celebraciones litúrgicas y procesionales. El cardenal fray Carlos Amigo ya era arzobispo emérito de Sevilla, tras veintisiete años de gobierno diocesano, ... y aceptó la invitación para estar entre los vallisoletanos, participar de la popular procesión del Domingo de Ramos, pronunciar el Sermón de las Siete Palabras o contemplar desde el Ayuntamiento la procesión general del Viernes Santo. Por unos pocos días, según indicación del recordado Félix López Zarzuelo –entonces administrador diocesano– se convirtió en pastor de los católicos vallisoletanos.
Leída esta página de la historia diocesana desde mi querida ciudad de Medina de Rioseco, «mi pueblo», como diría el cardenal Amigo, esa presencia tan entrañable resulta una anécdota, pues los riosecanos han mostrado una unidad indisoluble con uno de sus hijos más preclaros. No solo ha manifestado un cariño hacia su cuna sino que se ha convertido en su efectivo embajador. Era su gran familia junto con la Orden franciscana. Con ambas dos se mostraba tan cariñoso, preocupado y paternal como lo hacía con la suya propia, según me confesaba su sobrino, mi compañero de Facultad Carlos Izquierdo Amigo. Si él notaba que alguien necesitaba de su atención, cuadraba agendas, llamaba de nuevo, mostraba su afabilidad, cercanía, capacidad de diálogo y presencia.
Esa misma que demostró con la sociedad y la Iglesia de su tiempo, con las instituciones sociales y políticas, siendo entonces uno de los pocos religiosos que en 1982 contaba con una mitra en su cabeza. Diálogo entre distintos carismas eclesiales. Un reducto de la forma de ser obispo del «taranconismo» cuando el cardenal de Madrid ya había sido jubilado –por algo don Vicente le llamaba mi «amigo Amigo»–. Le hemos sentido mucho entre nosotros, en sus pregones, en sus conferencias, con dominio del auditorio y la palabra, con su peculiar retórica donde se apreciaba el 'tonillo' riosecano que conservaba. Fue el pastor que revalorizó la religiosidad popular, aunque no le faltaron las dificultades con las cofradías cuando llegó a Sevilla. Él llevaba en su corazón al 'Ceomico', el pequeño Cristo azotado de su infancia, sabiendo que muchos en esta sociedad están atados a sus columnas de la marginación. Él los atendió, los escuchó, se comprometió con ellos, con la 'altura' de un cardenal, con el hábito de un franciscano, con la hermandad de un cofrade, en el trabajo diario de un hombre de Tierra de Campos.
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