
La cara oculta de los rezos
La Platería en llamas ·
«El anuncio de Hazte oír concibe la oración como arma arrojadiza, como provocación, como dramaturgia confiada a la banalidad y al conflicto»Secciones
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La Platería en llamas ·
«El anuncio de Hazte oír concibe la oración como arma arrojadiza, como provocación, como dramaturgia confiada a la banalidad y al conflicto»La empresa adjudicataria de la publicidad en las marquesinas distribuidas por la ciudad ha recibido un tirón de orejas por saltarse las condiciones del pliego ... que en su día acordó con el Ayuntamiento de Valladolid. Es decir, ha difundido un mensaje publicitario consciente de que no contaba con la debida supervisión municipal y que, por tanto, no disfrutaba de su nihil obstat. En los carteles objeto del conflicto, firmados por la asociación Hazte oír, pudo leerse: «Rezar frente a una clínica abortista está genial» antes, claro está, de la retirada de todos ellos; un gesto considerado censurable —precisamente por aplicar la censura institucional sobre el anuncio— entre no pocas personas de toda opinión y condición que, acaso, hayan olvidado el compromiso responsable del Ayuntamiento con la garantía de que los mensajes difundidos sobre sus soportes eviten en toda circunstancia la pretensión torticera de convertir en delito un derecho amparado por nuestra legislación vigente y en derecho un delito contemplado por nuestro código penal.
La retirada de los anuncios acude en auxilio del derecho a la intimidad que todo usuario merece cuando hace uso de cualquier clínica legalmente establecida, ya sea ginecológica, dietética, estética o dermatológica; contra cualquier concentración, ya sea de católicos defensores de todo cigoto en cualquier fase y coyuntura, o de testigos de Jehová, contrarios a las transfusiones.
Pero en todo este recurrente desencuentro, con el que no me distraeré —al menos hoy— abordando la profundidad y el entresijo de los derechos del individuo, ni la definición meticulosa de lo que un ser humano puede ser y desde cuándo; tampoco tratando el asunto de la soberanía al fin contemplada en los casos convenidos, reconocida y protegida legalmente, de toda persona sobre su propio cuerpo, al amparo de la evidencia indicada por la comunidad científica y añadida a todo tipo de consideraciones morales, éticas, religiosas y filosóficas harto conocidas, me entretengo con el gesto recomendado en el mensaje, ese rezo público y presumiblemente desafiante, por cuanto se pretende combinar junto con la práctica de una concentración proscrita legalmente. Me quedo con esa oración concebida como un recurso de manifestante, como un amago destinado a la teatralidad del mensaje.
La práctica de la oración ni siquiera es patrimonio de un solo credo. El castellano cuenta con dos términos de colosal hermosura relacionados con la plegaria. Nuestro ojalá y nuestro amén, de raíces musulmana y hebrea, cosen nuestra buena voluntad diaria y cubren nuestros deseos y esperanzas de un ecumenismo curativo. El rezo es patrimonio universal, pero conversación privada, sincera, descarnada y existencial de creyentes y de ateos. Nietzsche le rezó al Dios desconocido para dedicarle altares en el corazón. Unamuno le rezó al Dios que no existe para recordarle que nunca deja a los pobres hombres sin consuelo de engaño. Incluso Borges admitió, a pesar de sus plegarias diarias a la Virgen, que nadie merece el milagro de romper la trama de efectos y de causas procesada por el tiempo con sus peticiones.
Por eso sorprende entre practicantes tan estrictos el uso de la oración como arma arrojadiza, como espectáculo coreográfico, como provocación, como dramaturgia confiada a la banalidad y al conflicto, a la hoguera y su cocina; como si fuera un ingrediente a echar en la marmita, parte de un conjuro semejante al de esa Celestina que le hablaba al capitán soberbio de los condenados ángeles, al atormentador de las pecadoras ánimas. Y esa cara oculta de los rezos perversos nos asoma al abismo real y tangible del que ya nos advirtió Sartre: «El infierno son los otros».
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