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La frase que se hizo viral esta semana vino proferida por una señora del pueblo vallisoletano de Valdestillas. Una cadena de televisión grabó el momento en que un tractor fumigaba las calles del lugar y la mujer fue alcanzada por el desinfectante cuando estaba barriendo ... la puerta de su casa: «Me ha fuñigao, hija, en to(d)a la cara» –le decía a la periodista. Para consolarse –después– ella sola, entre exclamaciones, convenciéndose de que así quedaría más limpia: «Estoy desinfectada, que será bueno, ¡ay, Dios mío!». Quiero pensar que lo que ha llamado la atención de las redes es el gracejo y la expresividad del lenguaje de esta mujer, verdaderamente ejemplares, y que la repercusión obtenida no se debe a la típica actitud de los urbanitas de menospreciar el habla de los tenidos por 'rústicos'. Pues ojalá muchos de quienes parlotean desde las televisiones fueran capaces de manifestarse así, diciendo exactamente lo que quieren decir y de la forma comunicativamente más eficaz. En este sentido, un vulgarismo como 'fuñigar', bastante extendido entre la gente del campo de ambas castillas, lejos de ser signo de torpeza puede ser visto hasta como recurso para dotar de mayor intensidad lo transmitido. El contexto se hace texto, la circunstancia contenido y la víctima del desaguisado se vuelve más victima aún. Ya que no es igual que te 'fumigen' a que te 'fuñiguen'. Del mismo modo que no resulta lo mismo 'jolín' o 'jolines' que 'jolina', ni 'el calor' que 'la calorina' o 'la calor'.
Todas ellas expresiones usadas en la comarca de Tierra de Pinares, a donde pertenece el municipio mencionado. Y zona en la que me crié, por lo que apreciaría más pronto que otros niños que no era que la gente de mi pueblo hablara como Delibes, sino que los personajes de Delibes hablaban como los de mi pueblo. A veces, incluso sin que el autor se afanara en disimularlo, según sucede en 'Castilla habla' (1986), libro en que la lengua y cultura rurales emergen como las grandes y casi únicas protagonistas. Precisamente en ese texto, dicho autor adjudica a alguna de las voces que resuenan en sus páginas una declaración de conformidad ante el curso de los acontecimientos: «Aquí en Castilla el personal está inquiero, más que inquieto acobardado, no sabe a qué carta quedarse, espera instrucciones… porque lo primero que deberían hacer es decirnos qué hacemos, a dónde vamos, qué esperan de nosotros». Idéntica postura de resignación a la que confesaba la paisana de Valdestillas respecto al atropello sufrido ante su vivienda. Y que la lugareña subrayaba con una invocación a la divinidad que semeja cierta petición de socorro al altísimo para sobrellevar tanto dislate.
Porque, de mirar y esperar las dádivas de Dios y de los cielos, se pasó en estas tierras nuestras a aguardar las señales, bendición y subvenciones de Europa; para fiar, por último, de las ayudas de la Junta que –a fin de cuentas– es la que reparte los dineros. Pero la Junta, gobernada por el PP durante los pasados siete lustros, más allá de administrar lo que quedaba no ha insuflado entusiasmo ni seguridad en la población del agro. Es más, ha desperdiciado el capital de arraigo y confianza que en los ámbitos local o provinciano acumulaba entre las gentes del medio rural, para funcionar como una especie de suma de diputaciones. Sin idea, proyecto o modelo de región, ni –aparentemente– demasiado interés en que existieran. E ignorando siempre la fuerza identitaria y la sostenibilidad socio-económica de las comarcas. Costó que, en un arranque de sensatez, el anterior presidente asumiera la fiesta de Villalar como lo que no había dejado de ser, rito inventado de exaltación de la identidad castellana. Aunque, al ser la comarca nuestra gran olvidada, se perdió la oportunidad de haber incorporado esa dimensión al Día de la Comunidad, contribuyéndose de tal manera a superar la separación entre castellanismos y leonesismos. Nos hubiera ido mejor. Y quizá no se habría llegado a la situación que se está llegando: luego puede ocurrir que amanezca un día en el cual «nos fuñiguen en toda la cara» y nos volvamos a tener que conformar con lo que otros hayan decidido que «está bien».
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