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Sin haber salido aún del trauma sanitario, conviene glosar las experiencias de los problemas de salud más habituales en la historia de la humanidad. Nos ha impactado mucho perder la movilidad y confinarnos en casa, ver cómo la comunicación global ha roto nuestras artificiales fronteras ... territoriales, sentir cómo el contagio de un virus desconocido desbordó lo que creíamos el mejor sistema sanitario público, oír la rica variedad de lenguas que empequeñecen nuestra reducida burbuja lingüística, disfrutar de nuevas formas de ocio y comunicación digital que rompen viejas ataduras presenciales, aprender de la mezcla de pensamientos y culturas que desnudan nuestros aislados fanatismos, aplazar nuestros viajes y repensar nuestro tótem del turismo, valorar una gobernanza por el bien común más allá de nuestros miopes nacionalismos, temer los hábitos de consumo que nos han gregarizado, defender los servicios sociales que son cada vez menos seguros y sostenibles, entender que las sanidades autonómicas son limitadas y requieren los mismos objetivos y medios, descubrir la necesidad de la ciencia básica (tantas veces abandonada) como la única capaz de vencer al virus que ha confinado, atemorizado y paralizado a 200 países con más fuerza que una guerra mundial.
En la historia de la humanidad existieron ingentes desplazamientos humanos, masivos movimientos culturales, económicos, geográficos y políticos (espontáneos o forzados) que han quedado en la memoria colectiva de relatos, creencias y literaturas. Desde hace 70.000 años han sido generales las migraciones de las sociedades tribales desde África hacia Asia y al resto del mundo. En la antigüedad, Grecia, Cartago y Roma decidieron migrar para crear colonias y expandir su comercio y su poder. El milenio medieval impulsó grandes movimientos, invasiones bárbaras, expansión islámica, formación del imperio bizantino/otomano, cruzadas y reconquistas religiosas y políticas, y peregrinaciones para repoblar y expandir la religión, el poder político, el comercio y la cultura. Muchas rutas fueron tan decisivas en la extensión del arte y el patrimonio y en la formación económica e intelectual de Europa, que la Unesco las reconoció como patrimonio de la humanidad.
A partir del descubrimiento de América, cientos de millones emigraron al nuevo mundo. Desde la revolución Industrial y la expansión capitalista e imperialista fueron masivos los flujos migratorios transoceánicos de Europa y Asia a América y Oceanía. Guerras mundiales y desigualdades entre países ricos y pobres expulsaron millones de refugiados y generaron masivos éxodos de mano de obra. Aún sigue muy activa la migración sur→norte en busca de trabajo, libertades y derechos humanos hacia los países desarrollados. En los siglos XX y XXI los medios de transporte y de comunicación y las redes digitales están disparando los vínculos personales a escala global. Hoy la humanidad sigue imparable, la ONU calcula que aún circulan más de mil millones de migrantes.
Particularmente la península Ibérica ha sido un corredor de culturas y un pasillo de pueblos celtas, iberos, griegos, romanos y bárbaros. La llegada de musulmanes y judíos completó este rico mosaico de religiones, lenguas y pensamientos. Experimentó masivas reconquistas y expulsiones de creencias y grupos sociales, emigró a América y sufrió costosos éxodos rurales internos. Tantos intercambios fueron un excelente medio desaprovechado para superar lo local, lo territorial y lo parroquial. Aún en 2010 se movieron 6,5 millones de migrantes legales.
Además de esta movilidad histórica de la población, la cultura cristiana generó una mentalidad de hombres peregrinos que, al decir de Jorge Manrique, «partimos cuando nascemos, andamos mientra vivimos, e llegamos al tiempo que feneçemos». Es el espíritu que impregnó el Camino, desde que Alfonso II peregrinó a Santiago en el siglo IX, para potenciar su reino cristiano, promover la reconquista y repoblar las tierras ganadas a los musulmanes.
Por el Camino circularon también enfermedades y contagios, extendió remedios caseros, vinculados a creencias religiosas y reliquias de santos protectores, y más tarde generó tratamientos de cuarentenas, lazaretos e higienismo. En la peste negra o bubónica del siglo XIV, que diezmó la población continental, las ciudades camineras sufrieron la plaga con más severidad y tuvieron mayor tasa de mortalidad. Así en el camino francés hubo lugares simbólicos, como el monasterio de San Antón en Castrojeriz para atender a los leprosos, o el Cristo del Amparo de Carrión de los Condes, al que la tradición sigue cantando ¡La peste merecimos por nuestra ingratitud: Señor hoy te pedimos perdón, vida y salud!
Fue una verdadera autovía del conocimiento por donde circularon lenguas, prácticas religiosas, creencias milenaristas del finisterre, reformas monásticas, estéticas, literaturas, músicas y juglares. Fue un decisivo precedente de los viajes del XVIII-XIX y del turismo del XX, un corredor de creyentes, senderistas, naturalistas, ecologistas, antropólogos y artistas. Hoy rentabilizan aun este eje jacobeo el afán europeo por subrayar sus raíces cristianas y la política identitaria regionalista y nacionalista.
Tras la pandemia que nos ha controlado la movilidad, queremos glosar mensajes sobre contagios que nos lanza el Camino de Santiago, hoy ofrecido como un viaje seguro anti-covid. Tanto la ruta compostelana como la pandemia valoran nuestra movilidad humana, muestran las ventajas y riesgos de las múltiples migraciones que nos rodean, relativizan el apasionado valor que damos a las fronteras y banderas, delatan la debilidad de los Estados y sus servicios sociales, abren en carne viva nuestro menosprecio hacia las personas mayores, ponen a prueba la eficacia del Estado de bienestar que creíamos maduro y descubren lo poco diseñadas que están nuestras ciudades para resolver los problemas humanos elementales. Las migraciones y las crisis epidémicas históricas dejan claro lo imprescindible que es aunarse todos tras el bien común de la salud, superar las inútiles rencillas identitarias separatistas, invertir en ciencia preventiva por encima de los populismos electorales, y dar prioridad a los valores humanos más allá de los intereses políticos y económicos.
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