Gran ola de calor. La segunda de esta primavera que llega a su fin. Y tormentas secas o menos secas, con «gran aparato eléctrico». Porque, en algún punto de Castilla y León, el cielo se puso a jarrear litros de agua sin freno ni medida. ... Truenos, relámpagos y estallidos de luz en las alturas. Escasa lluvia, pero en tropel. Cerca de 40 grados en las ciudades de Valladolid y Zamora. Temperaturas en sus máximos históricos, ya que desde 1951 no había registro de un mes de mayo semejante. Masa de aire africano sobrepasando las montañas. Conjunto inusitado de rarezas o excepciones y –quizá– toda una metáfora climatológica de la extraña situación en que ha entrado la política exterior española respecto al norte de África.
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Ciertos analistas, por ejemplo, no terminan de explicarse que el actual Gobierno y, más exactamente, quien lo preside, haya tomado la decisión de dar un giro absoluto en sus relaciones con Marruecos justo ahora: en un momento en que los recelos que ha suscitado ese cambio de actitud en Argelia hacen peligrar –seriamente– el abastecimiento energético de gas pactado con esta nación. La solución provisional, que no parece ser más que un «parche diplomático», ha consistido en instar a la Unión Europea para que –de alguna manera– conminara a los dirigentes argelinos a pensárselo y atemperar sus amenazas.
Las teorías acerca de los verdaderos motivos por los que España ha alterado su política habitual ante Marruecos van de un supuesto chantaje sobre el presidente Sánchez a la presión ejercida por los EE UU para que ambos países se configuren como aliados preferentes de su estrategia en la región norteafricana; pasando por el temor a un flujo inmigratorio descontrolado en la frontera marroquí con Ceuta y Melilla. Pero, sea cual sea la razón de fondo, da la impresión de que –en todo caso– nuestra nación puede haberse convertido en involuntario campo de batalla de intereses encontrados: los de carácter geopolítico de los Estados Unidos en la zona y los de la Unión Europea cara a resolver las carencias energéticas que la guerra en Ucrania y la actitud de Putin –con relación a la provisión de gas– están causando en algunos de sus socios más influyentes.
Lo que viene a mostrar el nuevo panorama es que las descolonizaciones, aparte de lentas y complejas, suelen acabar de forma bastante desastrosa para los pueblos que se hallaban en los territorios que fueron ocupados por potencias europeas. Y, aunque algunos sabiondos comentaristas nieguen –hoy– toda entidad identitaria a los saharauis, como si las reivindicaciones de independencia de este pueblo constituyeran una invención romántica de la izquierda, no habría de olvidarse que el área en disputa se llamó durante largo tiempo Sahara español. Y que esa extensión de tierra estaba habitada por una serie de tribus con identidad propia que se erigieron en el objeto de interés del antropólogo Julio Caro Baroja en sus Estudios saharianos (CSIC, 1955).
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La obra fue el resultado de un encargo gubernamental que se le hizo a Caro Baroja mientras se encontraba realizando una estancia en Oxford, gracias a su amistad con Julian Pitt-Rivers, a la sazón perteneciente al selecto grupo de discípulos de Evans-Pritchard. Él mismo declararía –después– que las discusiones teóricas sobre «sociedades segmentarias» que conoció en aquel círculo no le aprovecharon tanto como hubiera deseado frente a los problemas que se le planteaban al estudiar las cabilas saharauis.
Con esa indagación a través de la oralidad de aquellas tribus en su memoria no escrita o en su intrincado sistema de parentesco y linajes, el libro de Caro Baroja pasó a ser –fortuitamente– una referencia para la construcción de la identidad del Sahara; y un instrumento esencial para contribuir, mediante tal conocimiento, a la conservación –en las mentes de quienes tuvieron que dejar su tierra– de un mapa a la vez real e imaginado.
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¿Pues qué dirán tantas buenas gentes que en nuestra Comunidad acogían –verano tras verano– a los niños de los campamentos de refugiados a esos saharauis con los que trenzaron lazos casi familiares? ¿Os fallamos? ¿Así son las injusticias de la historia?
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