Y llegó el fragor del fuego africano, el hervor de las altas presiones, el calentamiento global, el polvo en suspensión y los récords del precio de la luz; el portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología, Rubén del Campo, ha venido a iluminarnos anteayer sobre ... el particular y ha dicho que este calor «no es normal». Menos mal que el meteorólogo nos ha ilustrado.
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El caso es que el coronavirus ha arruinado los Juegos de Tokio, con pérdidas de 13.000 millones de machacantes, pero lo que aquí de verdad importa es que se han suspendido muchas fiestas patronales: adiós a bolos y charangas, al mostrador de latón repujado. Con el bochorno, el español busca la querencia de la barra, los mozallones y las zagalas la verdad del verano, la que cantaba Georgie Dann, más verdad que los planes de recuperación, todo menos 'planes': «Cuando quieran darse cuenta, las parejas se calientan y no pueden esperar. La barbacoa, la barbacoa, ¡cómo me gusta la barbecue!». Total, que con cien fallecidos diarios, mientras Ana Peleteiro salta el ecuador mental de los españoles, los empresarios de la luz hacen su agosto; porque el de la luz, como el de los caraduras, es siempre un mercado al alza, como el de los test y el de las vacunas, que se ha incrementado un 25% de media. Se advierte en la calima, sí, el sino fatal de que la picaresca es larga y la vida es corta. Ya nadie se acuerda de los vagorosos muertos del invierno ni para mientes en los que están por venir. Por eso, muchos españoles prudentes han decidido cocerse a fuego lento en las entrecalles achicharradas, soñando con el lejano chiringuito y los veranos que fueron –ay, fueron–, antes de la era COVID-19, en un alarde de imaginación, entre zapeos televisuales y medallistas olímpicos: «Hawaii-Bombay son dos paraísos que a veces yo me monto en mi piso», ya nos anticipó Mecano en 1985.
Mientras, en el desierto Hemiciclo flotan los recuerdos de las malas decisiones, el postureo de este siglo político, los cantos oportunistas de los portavoces caros de moral barata, que ramonean el resto del año en los establos públicos de Carrera de San Jerónimo y hoy le dan al selfi vacacional trepando por los riscos o en el Camino de Santiago, ajenos a esta feria. «La cigarra, ahora sabandija desapacible y porfiada, fue antiguamente en gran precio por su voz y su música», escribe Quevedo. En el último informe de Naciones Unidas sobre cambio climático se dejaron en el tintero un impacto medioambiental especialmente intenso en España: los daños irreversibles que han causado ya nuestros representantes al planeta. Proponemos, sí, regular la industria contaminante de la política, limitar la emisión de metano y otros gases de efecto invernadero de sus señorías, reducir el sobrecalentamiento verbal de los mandatarios y controlar la explotación intensiva de diputados y su proliferación descontrolada. Ni la viróloga Margarita del Val comparece ya entre el corifeo de chicharras para echarnos la bronca por nuestros pecados sanitarios. Amén.
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