Se nos ha ido sin hacer ruido José María Calleja: él, que lo luchó y lo contó todo. Hombre de ley y ajeno a cualquier sectarismo, Calleja estuvo en el punto de mira de los etarras en los años de plomo y siguió denunciando ... a la banda terrorista en sus libros y reportajes, cuando hacerlo suponía sentir el frío de la infame pistola en la nuca. Un compañero caído no es un despojo, sino un rehén de Dios.

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Algunos hemos tenido la inmensa fortuna de compartir docencia con él en la Universidad Carlos III de Madrid: siempre tuvo la palabra apropiada, inteligente, con esa aureola mítica del maestro que nos lleva años de ventaja en la profesión porque él era un investigador pata negra. Quién le iba a decir, superviviente de los sicarios de ETA, que acabaría rozado por el magma turbio de una bestia microscópica e implacable.

Coincidimos en enero en la sala VIP de TVE: él iba a una tertulia matutina y nosotros a 'La aventura del saber' con nuestro común amigo Salvador Valdés. «Llámame y quedamos», nos dijo con aquella sonrisa inteligente de bonhomía infinita, propia del sabio empático. Muchos cercanos dicen que se contagió del monstruo en su agitado periplo promocional de 'Lo bueno de España' (Planeta), volumen imprescindible que resume su legado: «tenemos argumentos suficientes para contrarrestar el sentido pesimista y de baja autoestima de los españoles». Él es también, sin duda, parte de lo bueno de España. Ya te echamos de menos hasta el dolor, Calleja, buen amigo.

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