Aunque los tatuajes son más viejos que la sal gorda, de unos años a esta parte han crecido como la espuma; antes, cuando solo una minoría se marcaba para siempre solía ponérselos en el brazo, con dibujos sencillitos y frases cortas.
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Por ejemplo, esa ... de 'amor de madre' era propia de gente patibularia que había pasado por la trena, y el encargado de inmortalizarla era casi clandestino, mientras que ahora florece toda una 'industria' tatuadora con un catálogo interminable de sentencias y dibujos para taladrarse la piel.
Y si alguno de ustedes opina que soy un cagueta porque confieso que me da grima incluso mirar de reojo los escaparates donde el personal se castiga y se rotula voluntariamente con aguja y tinta, pues lo reconozco, y en paz.
Cuando veo (sobre todo en algunos programas de la tele) a gente tatuada desde los tobillos al paladar, me entran ganas de preguntar si ha dolido mucho la operación, por cuántos euros viene a salir la broma y si son conscientes del aspecto que tendrá esa zona del cuerpo cuando se descuelguen los pellejos.
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Ya sé que ahora pueden borrarse utilizando el láser, pero el único picotazo que espero con ansiedad es el de la vacuna que, como mucho y según me ha contado una amiga, te deja un pequeño círculo morado. Ese día no me importaría que alguien me esculpiera en la frente 'Estoy vacunado'. Eso sí: con boli o rotulador, que desaparece con un poquito de alcohol.
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