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Los pájaros me ayudan a sobrellevar el encierro, pues siempre llegan de alguna parte. Los ritmos de las aves que se alimentan en la tolva de alpiste demuestran que el mundo y su primavera siguen adelante. Los gorriones, las tórtolas, sus hambres y sus ... celos sucesivos testifican del paso de los días ahora que todos los días son el mismo. Los pájaros son el calendario arañado en mi pared de preso. Las canarias han empezado la postura de sus pequeños huevos azules y los mirlos de ruidosa sombra deben de estar en la nidada, pues hace días que no los veo, aunque los oigo en la noche desorientada. Algunos han comparado el Congreso de los Diputados con un gallinero. Al cierre de esta columna, Adriana Lastra -nuestra Tina Turner-, le ha llamado a Teodoro García Egea «cacatúa». Emergen de entre el follaje legislativo exóticos pájaros como esa Arrimadas que algo ha debido hacer bien porque, al pactar con Sánchez para condicionar la prórroga del estado de alarma, ha conseguido molestar a todos ¡hasta al propio Pedro Sánchez! Puede ser que al que más haya molestado el acuerdo con Sánchez es a Sánchez.
Calculo que mueren diez personas a la hora por Covid. Sigue cayendo un avión al día, pero aquí andamos paseando el carril bici de nosotros mismos. Vivimos en esta tumefacción indolora, incapaces de imaginar cuántos son doscientos cuarenta y cuatro pero felices al fin de activar la quema de calorías. Mi Españita cochinera del paseo es agradable de ver, pero viene preñada de muerte: están los muertos por el virus, los muertos de miedo y los muertos que vienen, que son de hambre.
Hay gente fascinada con esta dulzura de pulsómetro al amanecer y todo este monumento a nuestra propia ausencia. La ministra Teresa Ribera ha dicho en un tuit que cómo le reconforta ver la gente paseando y andando en bici por el asfalto de la Castellana. ¡Cómo podíamos vivir sin esta pandemia! No sé cómo se ha generado esta corriente que no se alegra de que desaparezcamos, pero casi.
Por momentos oprime esta pesadilla sonriente de masa madre, arcoíris, aplausos y corzos andando por las avenidas. Echo de menos las cosas de antes. Enrique ha celebrado su cumpleaños en 'Los bajos de Argüelles' con la camisa ceñida como la taleguilla de un banderillero viejo y en los vídeos de las coñas con los colegas se le adivina la cicatriz de la cornada. Ojalá no salieran los de los perretes y por el Paseo del Prado paseara Enrique con su desesperanza, su chulería y su canalla. Por mí, que se vayan los de las bicis y que vuelvan los atascos de las cundas de los yonquis, las furgonas asesinas, los taxistas y las prostitutas de Montera de medias rotas y mirada de relámpago. Menos fase uno y menos lipdub en la puerta de urgencias; menos pamplinas, y más humo de tubo de escape, colillas por el suelo y adelantamientos por la derecha.
Habrá caído alguien en la cuenta de que, como Girauta, he presentado mi baja como afiliado al buen rollito y el happy people. He llegado al límite de esta cosa de héroes y sueños cumplidos y el estar juntos en la distancia. Menos héroes y más mascarillas. Creo que si vuelvo a escuchar una canción sobre el virus, voy a tirarme a la calle a lamer las pantallas de los cajeros automáticos. Ya solo sueño con ese Madrid de empujones, insultos, infarto y cabreo. Que vuelva la vida, ya. Menos «Cuídate mucho» y más «Quítate de ahí».
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